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viernes, 27 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 9

Ulises saluda desde cubierta a los que han ido al muelle para despedirle mientras zarpa temprano de Esqueria hacia Ítaca, y busca con la mirada a Nausícaa sin encontrarla. Sí ve a su madre la reina Arete, que detrás del grupo de gente le mira fijamente con una expresión que le incomoda. Levanta su mano para saludarla pero ella se gira y se vuelve a la casa. Una vez se aleja de la costa se va a la proa y se queda a solas mirando el horizonte, y piensa en Nausícaa tal como la vio el primer día: flaca, ágil, guapa y despierta. Calcula que debe tener la edad de Telémaco, y piensa en sus ojos grandes y almendrados que no se pudo quitar de encima después de aparecer de la maleza perdido, y toparse con ella mientras lavaba la ropa en el río. Empezó a contarle una historia que a él mismo le sonaba absurda mientras la improvisaba, y ella se rió y le pidió que se la contara más tarde. Nausícaa le dio una túnica limpia y se giró para no verlo desnudo mientras él se lavaba en el agua limpia, y le iba preguntando cosas con curiosidad.

Luego se sentaron y conversaron un rato junto al agua. Ulises se sorprendió de su pensamiento:

- En realidad, si te paras a pensarlo todos somos forasteros, basta con ir a otra ciudad para comprobarlo. Y posiblemente un rey sea al final el más extranjero de todos. No hace falta que me cuentes una historia como ésa para que te ayude, te ayudaré a volver a tu tierra. Y ahora dime una cosa, ¿te casarías conmigo?

Ulises se la quedó mirando tratando de comprender a la muchacha, y después de unos segundos en silencio ella le dijo:

-Venga, vamos.

Lo acompañó a la ciudad y le explicó cómo debía presentarse ante el rey y la reina para ganarse su confianza: sobre todo la de la reina. Se separaron y Ulises se quedó un rato mirándola con las mulas cargadas de ropa limpia yendo a lo alto de la ciudad.

Sólo volvieron a verse una vez más. En la fiesta de despedida Nausícaa se giró inconscientemente mientras se encontraba hablando animadamente con unos amigos, y dio con la mirada de Ulises. Se le había aparecido en un sueño que no sabía cómo interpretar, y eso la dejó pensativa durante unos días. Se miraron un momento y ella levantó la mano para saludarlo, le sonrió y volvió a la conversación con su grupito.

La reina Arete vuelve pensativa al palacio. Su hija, aunque un tanto descuidada en su aspecto, tenía a los muchachos detrás de ella. Había salido lista como la madre, y aunque no era muy diestra tejiendo sí era en cambio una gran lectora y tenía facilidad para escribir. Tenía que fijarse en un extranjero, piensa su madre; es demasiado distinta e imaginativa como para integrarse en el montón aislada del gran mundo. Se cruza en una sala con el rey, que a veces parece no enterarse de nada, y este le pregunta contento que cómo había ido la despedida de Ulises. Le cuenta por encima lo que ha visto y enseguida se va a buscar a su hija. Su camarera Apira le dice que está afuera en el patio de los olivos leyendo. Arete la encuentra anotando algo en un rollo y con unos mapas en el suelo, mirando distraída al vacío, y se sienta a su lado.

- No volverá, hija.

- Volveremos a saber de él.

Nausícaa le mira y continúa con sus anotaciones. Arete se levanta, le acaricia la cabeza y la deja sola con sus mapas y sus rollos.



viernes, 20 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 8

Ulises deja a Euríloco aterrorizado con los demás junto al barco y sale solo en busca de Circe. Atraviesa la espesura del bosque mientras anochece hasta divisar a lo lejos el humo de un hogar, y lo sigue hasta llegar al claro en el que se sitúa la casa. Se detiene y se la queda mirando a una cierta distancia, y entonces se sobresalta al escuchar un ruido brusco entre el follaje a pocos metros de él: de pronto aparece de un salto un ciervo, que lo mira un momento antes de salir corriendo en otra dirección. Está nervioso y toca con la mano la empuñadura de su espada. Ya ha oscurecido y sólo ve luz en una ventana del piso de abajo. Ve la puerta principal abierta y a través de ella le llega la voz de una mujer que canta. Le está esperando. Reanuda decidido el paso y entra en la casa.

Circe está de espaldas inclinada acomodando un leño en el fuego, y entonces se gira y le sonríe mientras le pide que cierre la puerta. La mesa está preparada con cena para dos y le invita a sentarse. Ulises saca su espada, la coloca junto a su plato, y entonces se sienta. Circe se fija en la espada que ha dejado a mano y le ofrece un poco de vino para empezar. Ulises le mira a los ojos mientras pasa directamente al asunto:

- Dónde están mis hombres.

- Escondidos.

- ¿Por qué?

- Se habían recluido en una prisión dentro de sí mismos, yo sólo le he dado expresión. Después de las guerras, los saqueos, las matanzas, y todos los viajes y las huidas que han tenido que vivir andaban extraviados y ya no eran ellos mismos. Pero siguen ahí, en el fondo, y mañana por la mañana los liberaré y los verás de nuevo, más jóvenes, más hermosos e incluso más altos que antes. ¿No vas a probar el vino?

Ulises intercambia las copas. Circe se lo queda mirando y se ríe, y entonces él pone su mano sobre la espada:

- Tú primero.

Ella toma la copa, bebe un sorbo y se limpia los labios:

- Es un vino de hace pocas semanas, violeta y afrutado. ¿Vas a beber?

Ulises se lo piensa un momento, toma la copa, mira el vino y entonces se la bebe de un trago. Se queda un instante temiendo algún tipo de reacción pero nada sucede. Ella se acerca y se la vuelve a llenar.

- No verás carne en la comida, sin embargo es sabrosa. Puedes comer tranquilo, no voy a envenenarte. Te aconsejo que ni tú ni tus hombres cacéis en este bosque, las cosas por aquí no son lo que parecen... Todo lo he preparado yo misma.

Ulises se recuesta en su silla y mira a la enigmática mujer sirviendo la comida como si fuese un ama de casa. Le amargó la vida a Escila sin necesidad, por el negligente placer de cometer una maldad sin importarle las consecuencias. Parece complicada, y sin embargo según se mire resulta también extremadamente simple en su comportamiento más allá del bien y del mal con su brujería. Le estaba esperando, vuelve a pensar. Los dos saben que también él miente con frecuencia con tal de sacar alguna ventaja, y eso posiblemente sea algo que a ella le agrade. Se la imagina mintiendo a los marineros que pasan por ahí, y comprende que una bonita boca como la suya tiene permiso para mentir entre los hombres con tal de poderla escuchar.

- No quiero matarte, y tampoco quiero perder para siempre a mis hombres. No sé a qué estás jugando, dime qué quieres.

- Mañana por la mañana liberaré a tus hombres. Primero a 6, luego a otros 6 y así hasta el último. Y ahora por favor cenemos ya, se enfría la comida. Luego te preparé un baño y entonces te vendrás a mi lecho para que yazgas conmigo. Tú eres lo que quiero. Los dos veremos si nos mentimos: puedes usar tu espada si ves que te miento, yo acabaré contigo si veo que me estás engañando.



miércoles, 18 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 7

Ulises abre los ojos y tarda un momento en comprender que se halla atado al mástil y lo que sucede su alrededor: el fuerte oleaje hace tambalear la nave mientras escucha los gritos de la tripulación tratando de controlar el rumbo, la espuma blanca salta y vuela mojándolos a todos y el mar brama enfurecido chocando contra todas las cosas, mientras los extremos de los remos de madera de abeto sobresalen un momento para reiniciar de nuevo su movimiento con dificultad. Levanta la cabeza y ve en lo alto el sol del mediodía en un cielo azul y despejado, sin apenas viento. Perimedes pasa a su lado y lo ve despierto, y enseguida empieza a desatarlo.

- ¿Qué te dijeron las sirenas?

- No lo sé, no pude escuchar nada, se habían ahogado...

Recuerda la extraña noche anterior y se levanta deprisa. Da rápidas instrucciones a sus hombres, que celebran con un grito al verlo de nuevo entre ellos. Se acerca al piloto para ordenarle que se ciña al peñón de estribor, y que evite a toda costa el remolino a babor que los hundiría inevitablemente en el fondo del mar. Se arma y llega corriendo a la proa, pero la confusión es tal que apenas puede distinguir nada. El mar empuja y hace saltar en el aire la embarcación, y las olas barren por encima de cubierta todo lo que encuentran; el aire se llena de millones de gotas formando una gran nube, y en medio de la confusión escucha golpes y gritos de terror al acercarse al final del estrecho. Circe le dijo que tendrían que morir 6 hombres para poder pasar, y cuando salen finalmente del paso cruzando un arco iris, revisa la tripulación: le faltan exactamente esos 6. Mientras se alejan con una brisa favorable, se va a la popa y los ve destrozados contra las rocas, con miembros flotando en el mar ensangrentado. ¿Por qué exactamente 6? Y entonces empieza a comprender lo que de alguna manera ya sospechaba: todo tiene la precisión de una trampa bien urdida.



viernes, 13 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 6


Ulises contempla sentado en la popa y apoyado en el timón la noche tranquila e inmóvil con la luna llena. El viento había cesado por la tarde, así que arriaron la vela y remaron durante horas hasta que ya a oscuras decidieron descansar. La tripulación se ha quedado dormida en los remos y alguno yace tirado cómodamente en cubierta, mientras él se ha quedado solo haciendo guardia. Por la mañana los quiere descansados y los deja dormir. Piensa que los dioses no duermen nunca, y que siguen urdiendo sus tramas mientras las personas descansan. Circe le aconsejó que se taparan los oídos para no escuchar el canto de las sirenas cuando se acercasen a los riscos, y que si quería escucharlas se hiciese sujetar con una cuerda al mástil mientras pasaban de largo. Y después vendría el paso por el estrecho entre Escila y Caribdis. Cabecea un poco y para despejarse se levanta y va a buscar la soga a la despensa de proa, pasando entre sus hombres con cuidado, y la deja junto al palo. Vuelve a popa y se sienta de nuevo junto al timón. De pronto se da cuenta de que hace rato que no escucha ningún ruido, ni el sonido del agua ni el crujir de la madera. No están tan lejos de la costa, debería escuchar al menos el rumor de las olas rompiendo a lo lejos. Comprende que hay algo extraño en ese silencio y al girarse golpea sin querer una jarra que tenía junto a él y cae al mar, pero no oye ningún chasquido. Instintivamente da una palmada en el aire para escuchar su propio ruido, pero tampoco lo oye. Se pone en pie asustado y mira hacia el agua adonde se ha caído la jarra, y entonces ve bajo el agua unas formas blancas que se aproximan desde la profundidad. Mira la cuerda que ha dejado junto al palo, se agarra al timón y se asoma para verlas mejor: tres rostros de mujer bajo el agua pálidos y fantasmales le miran con los ojos muy abiertos, mientras abren la boca como para decirle algo.


domingo, 1 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 5

Ulises contempla desde la playa el mar al amanecer. Se halla perdido en el tiempo y  el espacio: no consigue ubicarse con las estrellas ni tampoco sabría decir cuánto tiempo lleva ya en aquella isla desierta. Había llegado casi muerto tras el naufragio al salir de Sicilia y no entendía cómo pudo salvar la vida: cuando se despertó se encontró en un cómodo lecho dentro de una gruta, junto a un pequeño fuego y todo lo necesario para poder sobrevivir. Era como si una presencia invisible se hubiese ocupado de él. Recorrió después toda la isla pero no encontró a nadie: tan sólo estaba la isla, rebosante de vida y belleza, que le mantuvo ocupado todo los días. Se animó a construir una balsa pero siempre fallaba algo: a veces desaparecían las herramientas o las maderas en las que tanto había trabajado, y por una cosa o por otra no avanzaba en la tarea. Revisó a fondo cada rincón de la isla pero nunca dio con nadie: pensó que tal vez fuese cosa de los dioses.

Un par de noches atrás había soñado con una hermosa mujer con una trenza que le cantaba una misteriosa melodía mientras tejía: al despertar vio junto a él la aguja dorada que había visto en el sueño, y de pronto sintió el aroma de las flores del mirto y también del cedro. Y desde entonces empezó a sospechar que nunca podría salir de esa cárcel dorada en que se había convertido la isla.

Sigue contemplando el sol rojizo cada vez más anaranjado ascender en un cielo lleno de violetas y amarillos que se reflejan en un mar celeste y en calma. Luego se dirige a la gruta y para su sorpresa descubre sobre su lecho una bonita hacha de bronce. Se la quedó mirando, la coge y se dirige a los bosques al otro lado de la isla. Tala unos abetos que no había visto antes para los remos y unos álamos perfectos para el cuerpo de la balsa. Antes de una semana la tenía lista con una vela hecha de una tela que de nuevo misteriosamente había aparecido en la gruta, junto a víveres, agua, vino y ropa nueva para el viaje.

El día de su partida halla un mapa con la ruta que debe tomar. Empuja la balsa mar adentro y mientras le llevaba una brisa que parecía haber surgido de la nada, se dejó ir y se giró para ver la isla mientras se alejaba. Hasta que por fin llegó a la distancia adecuada y pudo verlo: aquella isla desierta tenía exactamente la forma de una silueta de mujer.