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jueves, 31 de diciembre de 2015

Mozart en Praga.

Mozart recibió a mediados de julio de 1791 en Viena al empresario Domenico Guardasoni con el encargo de escribir una ópera seria para la coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia, emperador del Sacro Imperio Germánico, según estaba previsto el día 6 de septiembre en la ciudad de Praga. A pesar de andar muy ocupado con el Réquiem y La Flauta Mágica, era una buena oferta tanto económicamente como por lo representaba, así que aceptó sin dudar y se puso manos a la obra con la historia del emperador romano Tito Vespasiano envuelto de intrigas y traiciones a partir de un texto de Metastasio. Le pidió a Constanze que le acompañase en el viaje a Praga para el estreno, pese a encontrarse físicamente débil después de haber dado a luz a su hijo Franz Xaver el 26 de Julio; y acompañados de Süssmayr partieron ya entrados en agosto en un coche apremiados por el plazo de entrega.

Mozart escribió sin parar la mayor parte de los números en los 18 días que duró el viaje, a partir de apuntes e ideas que se trajo consigo de Viena, mientras Süssmayr le debió ayudar con los recitativos. La historia original de Metastasio se simplificó y entre el libretista Mazzolà y Mozart la convirtieron en una ópera bien construida con sentido dramático. Llegó a Praga el 28 de agosto con apenas tiempo para conocer la orquesta y las características de los cantantes, castrato incluido. Stadler había llegado a la ciudad antes que él y se iba a ocupar de las partes de clarinete y el corno di basetto. Terminó los números, la magnífica obertura y los ensayos, y así en medio de la prisa y la improvisación anotó finalmente en su catálogo personal el 5 de septiembre: “Representada en Praga el 6 de septiembre. La clemenza de Tito. Ópera seria en dos actos para la coronación de Su Majestad el Emperador Leopoldo II. Reducida a verdadera ópera por el Signore Mazzolà, poeta de Su Alteza Serenísima el Elector de Sajonia. (Enumera actores y actrices). 24 números.”

Praga se había llenado de gente y espectáculos durante los días de la coronación: globos aerostáticos, números circenses, fuegos artificiales, banquetes, conciertos y bailes animaron la ciudad para convertirla en una gran fiesta. Antonio Salieri, Kapplemeister de la Corte, se encargó de dirigir el programa de música oficial. Resulta curioso observar que en el repertorio que interpretó las composiciones de Mozart tuvieron un papel destacado: incluyó varias misas y diversas adaptaciones de obras de Mozart. También en los numerosos bailes de salón se debieron interpretar sus danzas. Y el 2 de septiembre, según parece a petición del emperador, se representó Don Giovanni, en el mismo Teatro Nostitz donde se estrenara en su momento, abarrotado de nuevo con casi un millar de personas y la presencia de Su Majestad. Es difícil de creer que Mozart dirigiese la ópera mientras andaba tan atareado con Tito. De hecho, según un testigo de aquel día Mozart estaba entre el público con un abrigo verde.

Por fin llegó el día de la coronación. El 6 de septiembre Leopoldo II y su esposa partieron de la Plaza de la Ciudad Vieja, cruzaron el puente Carlos y subieron por la plaza de la Ciudad Pequeña en dirección al Castillo hasta llegar a la catedral de San Vito, donde tuvo lugar la ceremonia con toda la pompa de la ocasión. Por la tarde se dirigieron hacia el Teatro con su comitiva mientras la multitud los aclamaba a su paso por las calles. Llegaron pasadas las 19,30 a un teatro abarrotado que aplaudió la entrada de Sus Majestades, entonces el público se fue preparando para la función y una vez acomodados ya todos, se levantó el telón.

Resulta complicado explicar por qué Tito fue recibida con frialdad en el principio. El primer biógrafo de Mozart, el bohemio Němeček, que lo conoció personalmente, vivió los acontecimientos de esos días en Praga y recurrió a Constanze como fuente de información, dijo que la interpretación había sido bastante mala; la entrada gratuita por otra parte había llenado el teatro de gente con ganas de divertirse, no de asistir a una ópera seria. Es muy posible que el italiano no encajara exactamente con la idea de la música y que hubiese quedado mejor en alemán. Y sabemos que la música de Mozart no era particularmente apreciada por el emperador ni por la emperatriz: si recibió el encargo fue porque Haydn estaban en Londres, Salieri declinó la oferta por exceso de trabajo y Cimarrosa no estaba disponible. También parece ser que los decorados y la puesta en escena no fueron de lo más acertado. Y para colmo, Mozart estuvo enfermo esos días, y en esas circunstancias tuvo que completar la composición y dirigir la función.

Posiblemente el público de Praga no se identificara del todo con esa historia complaciente en la que políticamente se aludía al nuevo equilibrio que Leopoldo buscaba con la nobleza bohemia, mientras de reojo miraban lo que estaba sucediendo en una Francia prácticamente en llamas. Tampoco Mozart se debió identificar con ningún contenido político específico en la historia, y se dedico a sacar partido de la humanidad de los personajes con su talento para lo dramático. El caso es que de nuevo no pudo conectar con Leopoldo II, que hacía poco más de 1 año prácticamente lo había ignorado durante su coronación en Frankfurt. Ahora bien, más allá de todo eso, Tito es de lo mejor que nunca escribió Mozart y su calidad musical no pudo pasar inadvertida. A decir verdad, Mozart no fue en realidad nunca un incomprendido, todo el mundo sabía que su música era excepcional, y precisamente por eso lo dejaron tan a menudo de lado.

Finalmente, a mediados de mes volvió para Viena, donde tenía un montón de trabajo que terminar.

La última función de Tito en Praga tuvo lugar el mismo día que estrenaba La Flauta Mágica en Viena, el 30 de septiembre de 1791. Recibió entonces noticias de Stadler, que seguía en Praga, de que Tito había por fin cosechado un gran éxito, lo cual alegró a Mozart después de todo el esfuerzo que le había dedicado y que prácticamente lo había agotado. El 16 de octubre Stadler seguía estando en Praga y estrenaba el Concierto para Clarinete, que volvió a tener la acogida entusiasta que siempre había tenido Mozart en aquella ciudad.

3 veces Mozart estuvo en Praga con tiempo suficiente como para que se estableciese un vínculo especial entre él y la capital bohemia. La primera representación de Las Bodas de Fígaro en 1786 alcanzó tal éxito y repercusión que se convirtió en una auténtica sensación en toda la ciudad, y se representó sin parar todo el invierno. El mundo cultural de Praga envió entonces una carta a Mozart invitándolo a que pasara unos días allí: Mozart aceptó, llegó en enero de 1787 y se quedó un mes entero. Luego volvió en octubre para terminar y preparar el estreno de Don Giovanni, y se quedó hasta mediados de noviembre: fue un nuevo éxito, y entonces le pidieron que se quedara más tiempo para escribir otra ópera. Mozart agradeció la oferta, pero tuvo que rechazarla para volver a Viena: iba detrás de conseguir un empleo fijo en la Corte que había quedado vacante con la muerte de Gluck. Praga quería a Mozart y su música, pero el brillo de la gran ciudad que era Viena, con las mejores orquestas, talentos, medios y oportunidades era el destino natural de su ambición. Su tercera estancia en Praga para la coronación de Leopoldo II no le fue muy bien al principio, pero el tiempo puso las cosas en su sitio y la ciudad volvió a apreciar y disfrutar su música.

Todavía tuvo Mozart un último éxito en Praga. El 14 de diciembre, 9 días después de que muriese en Viena y fuese enterrado en una fosa común sin demasiado reconocimiento, se encargó una misa en la iglesia de San Nicolás en su memoria. Media hora antes de la ceremonia todas las campanas de la iglesia empezaron a repicar sin parar mientras la gente se iba acercando hasta la plaza de la Ciudad Pequeña, que se llenó de carruajes lo mismo que la iglesia con más de 4000 personas. Una orquesta de 120 músicos con 3 coros interpretaron el Réquiem. El 28 de diciembre, otra vez en el Teatro Nostitz, se organizó un concierto en beneficio de Constanze y sus hijos.