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viernes, 12 de febrero de 2016

Los conciertos para piano de Mozart.

La música de Mozart es uno de los ejemplos más notables que se conoce de inventiva y creatividad, fruto del talento que todos llevamos dentro, la dedicación, el esfuerzo y el trabajo bien hecho. Eso le colocó en lo que podríamos llamar la periferia de la normalidad, poblada de uniformidad y rutinas en las que destacar intentando ser uno mismo comporta sus riesgos. La vida en esas circunstancias no es fácil, y más de uno se alivió de que muriese tan tempranamente: pero Mozart no hubiese desarrollado su música tan felizmente de haber sacrificado su personalidad para adaptarse a los valores del montón. Viena fue sin embargo el medio perfecto en el que quiso desarrollar todo su talento: la cultura musical de la ciudad estaba por encima de cualquier otra ciudad europea; la capital imperial aglutinaba a su alrededor las mejores orquestas, talentos y oportunidades; y José II la abrió a las grandes influencias de la ilustración del XVIII. A Mozart le gustaba Viena, y a pesar de todas las dificultades con las que se encontró, al final quiso quedarse ahí.

De toda la música que Mozart escribió para orquesta, puede decirse que los conciertos para piano lo reflejan de una manera personal. De hecho, podríamos decir que los escribió en primera persona: él dirigía la orquesta desde el pianoforte, y la acompañaba de bajo continuo hasta que le tocaba interpretar su parte de solista, así que desde este punto de vista el pianoforte es él. A decir verdad si Mozart resulta tan próximo a tanta gente, es porque él se nos muestra en su música de alguna manera.

Después de superarse a sí mismo con los nº 17, 18 y 19, vinieron sus seguramente 2 conciertos más famosos: los nº 20 y 21, escritos prácticamente uno después del otro en 1785. En diciembre de ese mismo año terminó su concierto para piano número 22 en Mi bemol mayor KV 482, en el que dio otro paso adelante. Escrito en la misma tonalidad que acaba de emplear en la sonata para violín y piano KV 481, se trata de su concierto para piano más lleno de ideas y más largo, en el que la orquesta alcanza más profundidad incluso que en sus sinfonías.

El Allegro del primer movimiento empieza con la orquesta presentando el tema principal que es bastante sencillo, y que curiosamente no desarrollará después el piano. Para este concierto incorporó clarinetes en lugar de oboes en la sección de viento. Bien pasados los 2 minutos entra el piano. Siguen los intercambios entre orquesta y solista y alterna tonalidades, y una vez ha quedado todo bien expuesto lo empieza a desarrollar hasta que recapitula en la parte final. No escribió una cadenza, como tampoco lo hizo para los 20 y 21; probablemente lo improvisara el día del concierto, sin embargo es indudable que el protagonismo del piano en este concierto lo comparte con la orquesta.

Según una carta a su padre hoy perdida el público le pidió que repitiera el Andante, cosa poco habitual. Después del despliegue de recursos y energía del primer movimiento, las cuerdas arrancan en una introducción en Do menor (que tiene las mismas notas que Mib mayor, pero en un orden distinto), que desprende soledad y un cierto pesar, como si arrancara la orquesta en una escena de una de sus óperas, entrando entonces el piano como en un aria: es uno de los mejores ejemplos de la tristeza de Mozart, que aparece como de la nada o como si siempre hubiese estado ahí de fondo.  Más tarde entromete la sección de viento como en una de sus serenatas para viento con el silencio de las cuerdas y el piano que parece llevar consigo la clave menor; el segundo clarinete sobresale, alterna la clave menor con la mayor con total naturalidad y el dúo entre fagot y flauta alcanza un momento espectacular. Las cuerdas reaparecen con el piano y se suma de nuevo la sección de viento para completarlo. El resultado final de temas, tiempos, sonidos y armonías es tan rico que uno se siente atrapado en una trama en la que te das cuenta de que han pasado muchas cosas. Resulta comprensible que el público le pidiese al final que lo repitiera.

El movimiento final basado en la forma del rondó está lleno de fantasía y sorpresas, y fue concebido con su natural sentido para lo dramático para entretenimiento y total disfrute del público. En este caso el piano toma las riendas y arrastra con el tema a la orquesta todo el rato, introduce momentos más lentos, se suceden episodios, alguno incluso de lo más operístico que recuerda a su Fígaro, crea efectos estupendos deteniendo las trompas para que entre el piano, y lo culmina con inventiva reconciliando a todas las secciones en el desenlace.

El concierto se estrenó unos días antes de la navidad de 1785 en la Tonkünstler-Societät, una sociedad musical vienesa que en aquellas fechas acogía diversos eventos musicales, y recibió una gran acogida por parte del público y la crítica. Escuchándolo uno se da cuenta de que lo escribió para que la gente lo disfrutara casi de una manera digamos que festiva. Éste es un concierto en cierto sentido distinto, Mozart se nos muestra con toda su chispa y creatividad, con la mente en muchos lugares a la vez y relacionándolo todo de manera asombrosa.

Resulta difícil encontrar una versión en internet de este concierto para compartir. Resultaría interesante escucharlo con el pianoforte restaurado de Mozart, y con su sonido más metálico integrarlo en una orquesta de instrumentos de la época, incluso haciendo de bajo continuo. Pero vamos a recurrir a la página del Mozarteum, que permite escuchar online esta versión con la partitura de fondo. La orquesta es de primera calidad, y la interpretación Jenő Jandó creo que capta la esencia de Mozart al piano, rápido y brillante.


Mozart – Concierto para piano nº 22 en Mib mayor KV 482 (1785) - 1. Allegro

Mozart – Concierto para piano nº 22 en Mib mayor KV 482 (1785) - 2. Andante

Mozart – Concierto para piano nº 22 en Mib mayor KV 482 (1785) - 3. Allegro (Rondó)



También merece la pena escuchar a Alfred Brendel con la orquesta de Saint Martin in the Fields dirigida por Neville Marriner.

1. Allegro

2. Andante