Powered By Blogger

lunes, 29 de diciembre de 2014

Nocturno.


El Ulises de Germán: 2

Ulises se acerca de noche a la casa y se la queda mirando a cierta distancia solo junto al pozo. Levanta la cabeza para ver el cielo estrellado con la luna llena, y se sienta y sigue mirando hacia las luces de la casa. Las ventanas están abiertas y escucha las voces que le llegan de dentro, y entonces reconoce la de una mujer que se pone a cantar una canción que escuchó hace mucho tiempo. Le distraen los lejanos ladridos de un perro, y entonces se asoma para ver el fondo del pozo y siente su oscura humedad como si fuese el aliento frío de otro mundo. Por fin ha llegado y se siente a las puertas del final de su viaje, y mirando las estrellas y la luna tan llena, y un poco más allá las luces de la casa con las voces de fondo, decide quedarse ahí sentado hasta que se apaguen. Después se queda un rato más, hasta que por fin se levanta y pasea hasta llegar a la playa. Busca su hueco entre las rocas y se acomoda para dormir. Se ha acostumbrado al ruido del mar, y sin ganas de pensar demasiado se da cuenta de que todas las luces en el cielo de una noche son el reflejo del sol de ayer y también del de mañana.

lunes, 8 de diciembre de 2014

El Ulises de Germán: 1


Ulises navega los mares durante años buscando el camino de vuelta a su país y su reina. Llega por fin sin darse cuenta cuando se creía perdido. Pero el tiempo ha pasado, ha envejecido y su aspecto ya no es el que era. Decide entonces no revelar su identidad y ver las cosas desde fuera. Su familia lo trata como a un forastero, sus amigos tampoco lo ven, y sus enemigos se ríen de él como de un mendigo: sólo su viejo perro de caza lo reconoce un momento antes de morir. Se mira entonces en el espejo y se ve a sí mismo como un extraño en un mundo que ya no parece el suyo. Se dirige hacia su casa hasta divisarla a lo lejos, y mientras se aproxima se cruza con una hermosa mujer que va en busca de agua. Ulises se acerca, le pide una limosna y le pregunta por el señor de la casa. Ella le da una moneda y le dice que su esposo está dentro. Él le hace una reverencia y la deja pasar, y mirando cómo se aleja todo le empieza a parecer como en un sueño, y piensa que tal vez sí se perdió de alguna manera en su viaje de regreso y que nunca llegó a Ítaca. Y siente el frío del fondo del mar que le mece suavemente con la corriente entre las algas y los peces, en donde se quedará ya para siempre. Y en su mano, aprieta la moneda.



viernes, 21 de noviembre de 2014

¿Qué es la verdad?

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas apenas hablan del encuentro entre Jesús y Pilatos, es el de Juan el que entra más en detalle. El apócrifo de Nicodemo conocido como Acta Pilati gira en torno de ese episodio y añade aspectos que no salen en los cuatro evangelios canónicos.

Los jerarcas de la iglesia judía llevan a Jesús ante Pilatos para deshacerse de él. Carecían de poder para ajusticiarlo y no sabían cómo hacerlo. Tampoco querían volverse impopulares entre los muchos simpatizantes que el de Nazaret se había ganado con sus palabras y sus metáforas. De manera que deciden acusarlo por hacerse pasar por Rey de los judíos, que además de ser una blasfemia contra la ley de Moisés era también un insulto y acto de rebelión contra Roma y el Emperador, castigado con pena de muerte.

Pilatos es el prefecto del imperio en una tierra complicada, su mentalidad romana no encaja con aquel mundo antiguo y hermético en el que cualquier decisión trae consigo nuevos e interminables problemas y conflictos. Sin embargo resulta efectivo en su trabajo y Roma lo mantiene muchos años allí. No ve clara la acusación, así que va y directamente le pregunta a Jesús si es realmente él el Rey de los judíos. En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se limita a contestar: “Tú lo dices, no yo”. A Pilatos le extraña esa contestación y le pregunta de nuevo: “¿Te das cuenta de todo lo que están diciendo de ti y la gravedad de la acusación?” Pero Jesús no responde.

En el de Juan se enfoca el diálogo desde otro ángulo. Primero le pregunta a Pilatos si juzga por sí mismo y por lo que ve, o bien por lo que le dicen los demás; luego le explica que su reino no es de este mundo, y que si realmente lo fuera tendría entonces un ejército que pelearía por él. Pilatos le vuelve a preguntar si es un rey, y Jesús responde que ha venido a dar testimonio de la verdad y que quien es de la verdad escucha su voz. En ese momento Pilatos le pregunta con escepticismo sin esperar contestación: “¿Y qué es la verdad?” Queda sin respuesta en el evangelio de Juan pero no en el de Nicodemo: más o menos Jesús le replica que la verdad está en el cielo, y que quienes la manifiestan aquí abajo son juzgados de manera tan arbitraria por los que tienen el poder sobre la tierra.

Pilatos debe ver a Jesús como un hombre extraño y de difícil comprensión, como de otro mundo, en medio de una controversia que tanto le da. No ve ningún crimen contra ninguna ley. Incluso su propia esposa le envía un mensaje para avisarle de unos sueños premonitorios que había tenido la pasada noche, y pedirle que no se mezcle en el linchamiento. Sin embargo no sabe cómo evitar su sacrificio sin que suceda un desorden mayor. Manda azotar severamente a Jesús intentando que sólo se quede en eso el castigo, pero no es aceptado y la acusación sigue pidiendo la crucifixión. No hay manera de razonar y se ha quedado sin opciones: dice no querer saber nada más del asunto y lidia la presión popular dejando libre a Barrabás, preso en la última insurrección por asesinato, para dictar seguidamente la sentencia de muerte de Jesús en medio de semejante locura colectiva.

Mientras colocan en la cruz el letrero con el crimen del que se le acusa: “Jesús, rey de los judíos”, los sacerdotes le piden a Pilatos que rectifique la frase porque no es que se trate realmente del rey de los judíos, sino que se hace pasar por él. Pero Pilatos les dice con autoridad que ya está escrito y que se queda como está.

Pilatos fue destituido de manera muy arbitraria pocos años después por el gobernador de Siria después de aplacar por la fuerza una rebelión armada, y volvió a Roma. Sejano lo había puesto en el cargo y ya había sido asesinado. Tiberio, que era quien le protegía, murió antes de que llegara. Empezaba el tiempo de Calígula.

sábado, 1 de noviembre de 2014

La última noche de Mozart.

Mozart comenzó a sentirse mal a mediados de septiembre de 1791 después del estreno en Praga de La Clemenza di Tito. Se cansaba demasiado y tenía dolores, pero no quiso darle importancia: según su primer biógrafo Niemetschek, sufría achaques y se medicaba. A finales de mes tenía ya listo el concierto para clarinete y el día 28 se estrenaba La Flauta Mágica bajo su dirección en el Freihaus-Theater auf der Wieden, con un éxito discreto al principio.

Su mujer Constanze y cuñada Sophie tuvieron que partir de viaje unos días en octubre y aprovechó para retomar de nuevo el Réquiem, y se concentró tanto a solas en ese trabajo que hasta cierto punto puede decirse que lo vivía. Su ánimo se resintió y su salud empeoró. Se interrumpía deprimido, era presa de ideas paranoicas y se imaginaba la muerte.

Cuando Constanze volvió a Viena lo encontró melancólico e insomne; intentó distraerlo pero él volvía inevitablemente al Réquiem. En noviembre se sintió algo mejor, y escribió Una pequeña cantata masónicaSe quedó sin fuerzas, las manos y los pies se le hincharon y el cuerpo se le quedaba rígido. A finales de noviembre el dolor era insoportable, y un día pidió sacasen su querido canario de su presencia porque no podía soportar su canto. Sophie mientras tanto ayudaba y resultó ser una buena enfermera.

La Flauta Mágica ya empezaba a cosechar cierto éxito. Tendido en la cama miraba su reloj y avisaba a los presentes de que tal  o cual momento se estaba representando en ese preciso instante. Mozart se hacía querer entre los suyos, que asistían con pena a su desmoronamiento. Pidió trabajar más en el Réquiem e incluso dirigió algún ensayo casero, y el 4 de diciembre cuando iban a probar con el Lacrimosa le dio un ataque de parálisis total. Se despidió de los presentes, y a media noche ya inconsciente se giró como si se fuera a dormir. Minutos antes de la una del día 5 de diciembre Wolfgang Amadeus Mozart moría poco antes de cumplir los 36.

Treinta y pico años después Sophie escribió una carta a Nissen, que se casó con Constanze en 1809 y escribió una biografía de Mozart. Aquella noche en que murió Mozart, Sophie estaba en casa con su madre. Le dijo que no pensaba ir a verlo porque parecía estar mejorando y que podría ser el principio de su recuperación. Su madre le pidió que preparara un café para tomarlo mientras conversaban tranquilamente sobre el tema, y Sophie fue a la cocina, encendió una vela y preparó el fuego para el café. Se quedó a solas pensando en su cuñado mientras miraba la luz de la vela. De pronto ésta se apagó completamente, sin dejar humo ni el menor rastro de una chispa en la mecha, como si no la hubiese encendido nunca y le entró miedo. Fue corriendo al apartamento de los Mozart y entró a verlo. Él la saludó afectuosamente y se alegró de poderse despedir personalmente de ella antes de morir. Volvió a salir corriendo para informar a su madre del pésimo estado de Mozart y de que se quedaría cerca de él esa noche. Por el camino avisó a un párroco, con el que se discutió, y volvió corriendo por las calles de noche junto a Mozart.

La partitura del Réquiem estaba sobre la colcha y Mozart explicaba a Suessmayr cómo enfocar el final. En un rincón de la habitación estaba inadvertido su hijo Karl de 7 años observándolo todo con miedo. Un médico le aplicó cataplasmas frías en su frente que ardía de fiebre, perdió la conciencia por el shock y ya no la recobró. Sophie se dio cuenta de que incluso en ese estado tarareaba los tambores del Réquiem.

Poco después un tipo del Museo de Arte sacó un molde de su pálido y mortecino rostro.

Sophie recordó la tristeza que sintió al día siguiente, cuando la gente empezó a presentarse en el apartamento para expresar a la familia la pena que les causaba la muerte de su cuñado.

Maurerische Trauermusik

sábado, 11 de octubre de 2014

Caravaggio en sus cuadros.

En el autorretrato el pintor se suele representar a sí mismo como quien es.Van Gogh o Rembrandt por ejemplo se pintaron con frecuencia como Van Gogh o Rembrandt, con diferentes ideas en cada cuadro e incluso con algún disfraz de vez en cuando, pero como ellos mismos; Velázquez en Las Meninas aparece como Velázquez en palacio junto a los demás: de Durero a Warhol es la idea habitual del autorretrato. Caravaggio en cambio se retrataba dentro de sus cuadros como un personaje más dentro de la ficción que representaba, como cuando posa como Baco,o se pinta de Medusa o aparece mordido por un lagarto:

baco medusa y lagargo

O de testigo presenciando el martirio de San Mateo:

San Mateo y detalle

O en el llamado Concierto y El beso de Judas:

concierto y beso de Judas

O para culminar en el sorprendente David con la Cabeza de Goliath poco antes de morir:

Detalles cabreza de Goliath

Fue muy trabajador y metódico en su pintura y con su talento natural desarrolló un estilo que le hizo cosechar reconocimiento y admiración. Personalmente tenía un carácter difícil y hosco que le complicó inevitablemente la vida. Discutía y se peleaba con facilidad y se hizo enemigos; según se decía dormía vestido y armado por temor a ser asaltado por la noche; cometió un asesinato, estuvo en la cárcel y huyó varias veces de la justicia. Al final de su vida se salvó de que lo mataran en una reyerta pero quedó con la cara desfigurada. Murió anticipadamente antes de cumplir los 40, un contratiempo le retrasó en su vuelta a Roma por fin después de muchos años de destierro, y ya no llegó jamás.

Hay una especie de destino violento que destruye irremediablemente la inocencia presente tanto en su vida como en sus cuadros. Los temas tradicionales de carácter religioso o mitológico de la antigüedad los utiliza para expresar su visión de las cosas: su realismo dejaba en fuera de juego las ficciones anticuadas y el tema adquiría otra dimensión mucho más amplia. En un cuadro aparentemente tan piadoso como sus Siete acciones de misericordia, los ángeles parecen proteger a María y su hijo de de unos individuos que salen a hacer el bien como perdidos por unas callejuelas oscuras, creando una división entre el cielo y la tierra que parece insalvable.

Siete obras de la misericordia

Baco enfermo es por ejemplo un muchacho desmejorado que parece perdido:

Baco enfermo detalle

La Magdalena penitente no tiene nada de religioso:

magdalena penitente y detalles

Su capacidad de observación sigue siendo sorprendente. Las tramas complejas de sus cuadros están narradas con escenas de mucho movimiento, y las fijaba en el momento preciso en que se evidenciaba toda la idea. Los contrastes tan agudos de luz y sombras expresan la brusca verdad que brilla instantáneamente en el lado más sórdido y oscuro de la vida.

viernes, 3 de octubre de 2014

Plaça del Rei.

Alrededor de esta plaza se han sucedido tantas cosas a lo largo de los siglos que querer dar una mínima idea de tan sólo unas cuantas excede las posibilidades de este post. Lo mejor que puede hacer el visitante es ir a la plaza, echar un vistazo general y luego tal vez sentarse en alguna de las mesas que el bar de la esquina tiene instaladas cerca de la escultura de Chillida. Desde ahí te puedes ir fijando en las fachadas que enmarcan el rectángulo de la plaza mientras pasan los turistas, e imaginar lo que el viento se llevó hace tanto tiempo. Queda la capilla de Santa Ágata a un lado, el Palacio del Lloctinent al otro, y el Palacio Mayor al fondo con la torre del mirador del Rei Martí y la escalinata que da al Salón del Tinell, con la Casa Padellàs que cierra el espacio. La plaza tiene su origen en el siglo XI y seguramente conecte con la época visigoda, y se hallaron restos de la antigua ciudad romana no hace mucho en el subsuelo. Por ahí han pasado los gobernantes de la ciudad, reyes y mandatarios, ha contemplado combates y ajusticiamientos, y gente que iba y venía en su quehacer diario, hasta quedarse convertida en un lugar evocador como un decorado de otros tiempos.

El viernes 7 de diciembre de 1492 a mediodía sucedió un hecho inesperado que conmocionó la ciudad. El rey Fernando II llamado el Católico se hallaba en la ciudad para negociar un tratado con los embajadores del rey de Francia. Según era su costumbre los viernes atendía en el Palacio Mayor con los jueces las demandas del público, escuchaba los casos sentado en la silla de su sitial y dirimía sobre ellos. A eso de las 12 se levantó para ir a comer y salió para bajar las escaleras en dirección a la plaza rodeado de su séquito. Un individuo que salió de la iglesia que estaba al lado se fue haciendo sitio entre la multitud hasta acercarse a él, y mientras el rey descendía por el segundo peldaño el individuo se situó detrás y sacó una espada corta y ancha, con la que le asestó un golpe en el cuello. El nerviosismo del momento le hizo errar en la cuchillada, y la cadena de oro y la ropa del rey pararon parte del golpe; pero el rey quedó malherido y comenzó a sangrar abundantemente. Sus ayudantes detuvieron al regicida antes de que pudiera dar un segundo golpe, le clavaron 3 puñaladas, y cuando lo iban a matar Fernando les gritó en castellano: “¡No le matéis!”.

El archivero real de Barcelona Pere Miquel Carbonell se hallaba trabajando en su archivo acerca de unas prerrogativas de la corona cuando escuchó el jaleo. Salió y fue a la gran sala del Palacio y halló las puertas cerradas. Preguntó a los demás entre empujones y le dieron noticias contradictorias: que habían herido al rey, e incluso degollado. El miedo hizo que la gente tomara las armas en la ciudad y se prepararan para lo que aquello pudiese significar, y fueron llegando progresivamente frente al Palacio para conocer la verdad clamando a gritos venganza. La multitud se agolpaba frente a la puerta del Palacio y la golpeaba hasta hacerla temblar.

En su aposento Fernando perdió el conocimiento. Los médicos le inspeccionaron y vieron que no moriría: la herida era profunda y tenía la clavícula rota, pero no era mortal. Le cosieron 7 puntos y lo dejaron descansar. La reina Isabel fue a Palacio acompañada de sus doncellas temiéndose lo peor, y la tranquilizaron asegurándole que el rey viviría y que estaba ya a salvo. Fernando terminó asomándose al balcón para calmar al tumulto e incluso un poco después se dio una vuelta por la ciudad a caballo para que pudiesen verlo.

El asesino resultó ser Joan Canyamàs, un payés de remensa que según parece actuó solo. En el interrogatorio contestó como un loco: dijo entre otras cosas que la corona le pertenecía y que si se le restituía le perdonaría la vida a Fernando. Del interrogatorio se pasó a una tortura muy severa, pero nada más hallaron. El día 12 se le ejecutó para que sirviese de ejemplo a todo el mundo y para siempre. Lo llevaron en un carro desnudo y amarrado a un palo sobre una montaña de maderas, y fue recorriendo las calles por donde solía ir la procesión del Corpus. En cada parada que hacía le amputaban una parte de su cuerpo: primero un puño y luego medio brazo, entonces un ojo y después el otro y el otro puño, el brazo, la pierna, y así hasta desmembrarlo completamente y quitarle al final el cerebro. Pero nunca se quejó, entre el barullo de los muchachos que a su alrededor le iban siguiendo. Lo sacaron de la ciudad y apedrearon su cadáver, y finalmente lo hicieron arder entre las maderas sobre las que viajaba.

012345678910

viernes, 29 de agosto de 2014

Jack the Ripper.

La primera vez que tuve noticia de Jack el Destripador fue paseando de crío por el barrio. Por entonces ponían en el exterior de los cines en una especie de vitrina, una selección de fotos de las pelis que daban en aquel momento. Era un cine de reestreno al que solía ir a menudo en el Paseo Maragall, y cuando pasaba por ahí me paraba para mirarlas. Aquella semana daban una de terror de estética años 70 sobre Jack el Destripador. Me quedé fascinado por el mundo que evocaban de un East End nocturno lleno de niebla y de misteriosos asesinatos en el otoño de 1888. De vuelta a casa pregunté por el tal Jack el Destripador, y me contaron vagamente la historia de un asesino en Londres que mataba mujeres. No me quedó claro por qué las mataba, así que pedí ir a ver la peli pero me dijeron que no, que era para adultos y lo dejé correr.

Jack el Destripador cometió al menos cinco asesinatos. Primero les cortaba el cuello para que no gritaran y luego se dedicaba a destripar y mutilar, hasta llegar al más puro horror con Mary Jane Kelly. El caso fue famoso en la época. La prensa no cesaba de dar noticias, llegando incluso a publicar unas supuestas cartas macabras del asesino que la gente tomó por ciertas; precisamente el nombre de Jack the Ripper procede de esas cartas. En el barrio se vivía con miedo y circulaban piquetes. La presión social llegó hasta la Reina Victoria y la policía se empleó a fondo con todos los medios de la época. Pero el asesino se escabullía siempre con una especie de suerte maligna entre la niebla.

Bernard Shaw escribió una carta en un diario muy en su línea: en un barrio como White Chappel la vida no valía gran cosa, así que Shaw llamó la atención sobre el hecho de que tuviesen que asesinar a aquellas pobres desgraciadas para despertar la humanidad y la compasión de los más acomodados. De quien no he encontrado ningún testimonio es de Oscar Wilde, y me extraña. Si no me equivoco en aquella época estaba en Londres, y a Wilde le gustaba hablar y a la gente escucharle: el retrato de Dorian Grey tiene desde luego algo de la historia de Jack, y estoy seguro de que siguió el caso con interés; pero he buscado a fondo por internet y no he encontrado ningún comentario específico sobre el tema. También resulta curioso que en aquellas fechas se representara una versión teatral de Dr Jeckyll y Mr Hyde, de hecho se llegó incluso a sospechar del actor principal como el posible asesino de White Chappel.

La cosa es que después de la muerte de Mary Kelly de pronto terminó la atención pública sobre el caso. La prensa dejó el asunto y cesó la histeria general. Las investigaciones siguieron su curso pero de manera más discreta. Seguía habiendo asesinatos brutales, pero no tenían la marca de Jack. Quizás muriese, o tal vez lo arrestaron por otro delito, o quizás simplemente dejó de matar. Pero nunca se le detuvo oficialmente. Había una lista larga de sospechosos, y aún hoy día sigue apareciendo alguno nuevo de vez en cuando.

De todos los sospechosos el que más me llama la atención es Aaron Kosminski. Supongo que la poli dio con él en alguno de los numerosos registros que se hacían en los pisos del vecindario. Uno de los jefes de policía estaba convencido de que aquel judío polaco era Jack. Llevó a un testigo que posiblemente lo viera una noche, y, aunque se negó a reconocer a Kosminski como el asesino, algo sucedió en la identificación que le hizo creer al jefe de policía que realmente se trataba de Jack. La lástima es que no hay un informe detallado de aquel interrogatorio.

Kosminski acabó loco en un manicomio.

Jack the Ripper sigue fascinando con el tiempo. De pronto todo se relaciona a finales del XIX: se conectan las tabernas y el submundo deprimente del East End con la corte de la Reina Victoria y el gobierno de la ciudad; intervienen la prensa y el sensacionalismo, la policía, piquetes callejeros, intelectuales, y la verdad y la mentira se entremezclan. Jack apareció como un espíritu maligno personificando los miedos de su tiempo con sus enigmáticos asesinatos, a los que todavía hoy seguimos buscándole un significado. Alguien llegó a decir que Jack the Ripper inició el S.XX.