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domingo, 30 de julio de 2017

Llorar.

Los niños pequeños lloran en su cuna para comunicarse: no tienen todavía las palabras con las que avisarnos de que tienen hambre o sed, o que les duele esto o aquello, o que les molesta la humedad de un pañal mojado, así que directamente emiten el quejido y lloran, como cuando entramos todos en este valle de lágrimas por primera vez, para contactar urgentemente con la madre o quien sea. En este sentido podemos decir que los niños lloran cada vez menos a medida que aprenden más palabras con las que expresarse, y también, por supuesto, con las que ir aprendiendo a hacer las cosas por sí mismos.

Admitiendo esta correlación entre llorar y hablar, tendremos que preguntarnos si al final no estaremos hablando para no tener que llorar. O incluso si las palabras no serán, en el fondo, una manera de llorar en soledad nuestra vulnerabilidad y dependencia de los demás, ante un universo inhóspito hecho a una escala sobrehumana.




It ain't easy drying (No es fácil secarse)
These crying eyes of mine (Esos ojos llorosos que tengo)
It ain't easy drying (No es fácil secarse)
These crying eyes of mine (Esos ojos llorosos que tengo)
I get so lonely, lonely, lonely (Me siento tan solo, solo, solo)

It ain't easy drying (No es fácil secarse)
These crying eyes of mine (Esos ojos llorosos que tengo)
What can you do when (Qué puedes hacer cuando)
Those tears make you blind (Esas lágrimas no te dejan ver)

What can you do when (Qué puedes hacer cuando)
Those tears make you blind (Esas lágrimas no te dejan ver)
I get so lonely, lonely, lonely (Me siento tan solo, solo, solo)
What can you do with (Qué puedes hacer con)
These crying eyes of mine (Esos ojos llorosos que tengo)

sábado, 22 de julio de 2017

Los perros de mis vecinos.

Varios vecinos se han comprado uno de esos perros llamados de raza. Antes los perros se tenían en las casas de campo para que desempeñaran una tarea de vigilancia, de manera que el coste de su compañía tenía un servicio como contrapartida. La vida en el campo nunca fue fácil y no estaban para historias, y cualquier elemento que formase parte de aquellas estructuras debía resultar rentable, de lo contrario se prescindía de ello por lo sano.

Los tiempos han cambiado extraordinariamente, y ahora compramos y mantenemos perros por razones completamente distintas. Se han convertido en animales de compañía que no nos prestan ningún servicio práctico, todo lo contrario, se trata de una inversión sin aparente beneficio económico.

Ahora bien, hoy en día un perro de raza cuesta una pasta, y quizás en ese sentido proporciona una cierta distinción social: como cuando nos compramos un coche de una determinada marca, o un reloj, o unos zapatos, o cualquiera de esa cosas que se asocian a un determinado estilo de vida exclusivo y superior y al que a todos, o casi todos, nos gustaría pertenecer porque ahí parece estar la clave de algún tipo de felicidad.

Lo curioso de los perros de raza es que realmente las razas no existen, no son más que unas generalizaciones genéticas sólo aparentes. Resulta  chocante ver cómo nos complacemos en interferir en la natural tendencia a la variedad de la vida, cruzando al animal con especímenes aparentemente similares para que parezca siempre igual. Imaginémonos un día por el parque a toda esa gente paseando un mismo tipo de perro, todos también con una misma cara.