Varios vecinos se han comprado uno de esos perros llamados de raza. Antes los perros se tenían en las casas de campo para que desempeñaran una tarea de vigilancia, de manera que el coste de su compañía tenía un servicio como contrapartida. La vida en el campo nunca fue fácil y no estaban para historias, y cualquier elemento que formase parte de aquellas estructuras debía resultar rentable, de lo contrario se prescindía de ello por lo sano.
Los tiempos han cambiado extraordinariamente, y ahora compramos y mantenemos perros por razones completamente distintas. Se han convertido en animales de compañía que no nos prestan ningún servicio práctico, todo lo contrario, se trata de una inversión sin aparente beneficio económico.
Ahora bien, hoy en día un perro de raza cuesta una pasta, y quizás en ese sentido proporciona una cierta distinción social: como cuando nos compramos un coche de una determinada marca, o un reloj, o unos zapatos, o cualquiera de esa cosas que se asocian a un determinado estilo de vida exclusivo y superior y al que a todos, o casi todos, nos gustaría pertenecer porque ahí parece estar la clave de algún tipo de felicidad.
Lo curioso de los perros de raza es que realmente las razas no existen, no son más que unas generalizaciones genéticas sólo aparentes. Resulta chocante ver cómo nos complacemos en interferir en la natural tendencia a la variedad de la vida, cruzando al animal con especímenes aparentemente similares para que parezca siempre igual. Imaginémonos un día por el parque a toda esa gente paseando un mismo tipo de perro, todos también con una misma cara.
Los tiempos han cambiado extraordinariamente, y ahora compramos y mantenemos perros por razones completamente distintas. Se han convertido en animales de compañía que no nos prestan ningún servicio práctico, todo lo contrario, se trata de una inversión sin aparente beneficio económico.
Ahora bien, hoy en día un perro de raza cuesta una pasta, y quizás en ese sentido proporciona una cierta distinción social: como cuando nos compramos un coche de una determinada marca, o un reloj, o unos zapatos, o cualquiera de esa cosas que se asocian a un determinado estilo de vida exclusivo y superior y al que a todos, o casi todos, nos gustaría pertenecer porque ahí parece estar la clave de algún tipo de felicidad.
Lo curioso de los perros de raza es que realmente las razas no existen, no son más que unas generalizaciones genéticas sólo aparentes. Resulta chocante ver cómo nos complacemos en interferir en la natural tendencia a la variedad de la vida, cruzando al animal con especímenes aparentemente similares para que parezca siempre igual. Imaginémonos un día por el parque a toda esa gente paseando un mismo tipo de perro, todos también con una misma cara.
Realmente bueno ...
ResponderEliminarMenudo negocio hay a cuenta de la fiebre perruna que comentas. Las ferias caninas son un lujazo y dan idea exactamente de eso; el culto a la marca, y trepar en el escalón social por tener tal ó cual perro de moda. Pero ojo que no generalizo, porque de todo hay en todas partes. Pero que no se piensa antes, también. Si no, no se tendría tanto perro con el trabajo que dan.
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