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domingo, 5 de abril de 2015

El Ulises de Germán: 12

Penélope mira por la ventana muy de mañana mientras Ulises sigue durmiendo en la cama que le estuvo esperando tantos años. Piensa en la matanza de la tarde anterior y en toda la sangre derramada. Después de anunciar a los pretendientes la prueba del arco que iba a decidir su futuro esposo, siguiendo las instrucciones de Telémaco se alejó de la casa para quitarse del medio. Pero temió de pronto por su hijo y volvió corriendo. Al llegar vio a los criados cerrando las pesadas puertas del palacio para atrancarlas desde fuera, y comenzó a escuchar los gritos que llegaban desde dentro: se estaba decidiendo la suerte de todos en una batalla de la que nada podía ver. Cuando por fin abrieron de nuevo las puertas y entró la luz vio el montón de cadáveres en el suelo, a Telémaco que espada en mano y cubierto de sangre salía a su encuentro bajando los escalones, y al fondo de la sala un hombre de espaldas mirando el fuego del hogar sosteniendo el arco de Ulises. Telémaco le dijo que el mendigo lo había tensado y atravesado los 12 aros con la primera flecha. Ella subió los escalones y se aproximó entre los muertos al extraño hasta situarse a poca distancia. Éste se giró y se miraron sin decir nada, y en un momento se reconocieron.

Se sorprendió el día que supo que la había pedido en matrimonio a su tío Tindáreo, mientras iban llegando los pretendientes de toda Grecia con sus presentes para casarse con Helena. Pero se dejó llevar por la curiosidad y le aceptó enseguida. Fue descubriendo con el tiempo a un tipo complicado que no se fiaba de nadie. Y sin embargo ella confiaba en él: había dado la vuelta al mundo para volver con su esposa y a su reino.

Se gira y lo contempla tendido en la cama. Sigue conservando un cuerpo fuerte, y entonces se fija en varias cicatrices que no tenía antes. Lo encuentra igual de práctico que siempre y con la misma habilidad para ocultar su pensamiento de los demás. Recuerda cuando él le dijo un día que las mujeres tienen una cara oculta que jamás ha visto hombre alguno, y también lo que ella le contestó: “Tendrás que viajar hasta el otro lado para poder ver esa cara”.

Ulises abre los ojos y ve a Penélope sentada en la cama mirándole. Todavía no ha salido el sol y está clareando. Él le da los buenos días y se queda pensando en silencio. Luego le dice:

- He matado a la mitad de la nobleza de Ítaca y en cuanto salga el sol vendrán sus familias a por nosotros. Luego vendrán de Duliquio, Zante y Same, la guerra es inevitable y vamos a tener que adelantarnos. Voy a ver a mi padre, tú vete mientras tanto con las sirvientas a lo alto de la casa, no des explicaciones y espera.

Se queda pensando y añade con resignación:

- Es mi casa, no tenía opción.

Ulises le toma la mano y gira la cabeza para ver el sudario que estaba tejiendo. Se levanta para verlo más de cerca y se fija en el dibujo: sale una ciudad amurallada que debe ser Troya, él con su nave y sus hombres y un mapa del Mar que va de Troya a las columnas de Hércules en Poniente, y de Libia a Italia, Cerdeña y Sicilia. Es como si todo lo que ha sucedido durante esos 20 años estuviese en el fondo de ese dibujo de su esposa.

- ¿Lo terminarás?

- Ya está.




sábado, 4 de abril de 2015

El Ulises de Germán: 11

Circe le ha pedido a Ulises que le acompañe al sótano de su casa y allí le muestra una puerta apenas visible acercando la vela.

- Es por aquí. Toma esta droga: te permitirá ver en el Mundo Subterráneo. Encuentra al ciego Tiresias, dale para beber de esta otra botella pero guárdala siempre contigo. Te dirá lo que tienes que oír para proseguir el viaje. Yo me quedaré aquí para esperarte.

Ulises apura la poción de un trago y siente enseguida náuseas y mareos. Ella abre la puerta, le ayuda a cruzarla y le dice que baje con cuidado los escalones. Cierra entonces la puerta tras de él, y después de bajar a tientas la escalera de caracol sigue por un corredor que le deja delante de un paisaje sin apenas color, ceniciento y sombrío, con ríos de agua estancada y árboles marchitos y desnudos que parecen expresar con sus ramas la angustia de haberse quedado sin vida.

De pronto tiene a Elpénor caminando junto a él con un semblante inexpresivo:

- Ulises, entiérrame cuando vuelvas, prefiero la nada en un bonito túmulo junto al mar que deambular perdido por este lugar toda una eternidad.

- No sabía que habías muerto… Lo haré. ¿Dónde está Tiresias?

Elpénor levanta el brazo para señalar un bosque al fondo. Ulises se fija en esa dirección y cuando se vuelve para mirar de nuevo a su compañero ve que ya no está. Se acerca al bosque y de pronto da con una mujer anciana que se le aparece de espaldas. Se acerca para verla de cara pero sorprendentemente ella se gira para quedar de nuevo de espaldas. De pronto la reconoce:

- ¿Madre?

La mujer levanta el brazo para señalar otra vez el bosque. Ulises se dirige entonces hacia allí y se gira antes de entrar, para ver otra vez a la anciana de espaldas, como ausente en su mundo. Una voz lo llama por su nombre desde el bosque y se adentra en él.

Halla al ciego de pie e inmóvil bajo un árbol de ramas tortuosas y delante de un charco de agua perfectamente quieta que lo refleja como un espejo. Tiresias le pide la botella, se la coloca entre las manos y sonríe levemente. Bebe un trago, se queda como recordando algo y entonces se la devuelve:

- Sabe a vida.., pero es sólo el sabor. Se te aparecerán los fantasmas de los muertos, dales un poco si quieres que te digan la verdad. Averigua lo que puedas y no te demores en volver, tiene que ser nada más que un rápido chapuzón en el Inframundo, después sal deprisa. Escucha pues lo que te voy a decir y luego habla con tu madre.

Tiresias le cuenta que Polifemo es hijo de Poseidón y que éste busca venganza por lo que le hizo Ulises. Le advierte que cuando llegue a la isla de Trinacia no debe dañar las ovejas y vacas de Helios, de lo contrario perderá la nave y sus amigos, se demorará su retorno y su casa se llenará de pretendientes que ambicionarán su reino y a Penélope. También le dice que tendrá oportunidad más adelante de vengarse de ellos. Y finalmente le profetiza que alcanzará la vejez y que morirá en tierra firme.

Le ofrece entonces la botella a su madre, que la prueba y por fin se da la vuelta. Le cuenta cómo estaban las cosas en Ítaca en su ausencia y que la vida ya no significaba nada para ella. Luego vienen las almas de mujeres conocidas que le piden probar de la botella, y le cuentan diversas historias. Ve entonces a Aquiles, que le confiesa que añora la vida, y que se alegra al escuchar noticias de su hijo; a un irritado Agamenón, que le aconseja desconfiar de Penélope cuando vuelva; y a Ayax, que todavía le guarda rencor y no le dirige la palabra.

Ve entonces a varios héroes del pasado y busca a Teseo y Pirítoo para conocerlos, pero de pronto comienza a congregarse una multitud de difuntos que va creciendo en número a su alrededor pidiendo probar de la botella. Lo van rodeando y acercándose a Ulises, que no sabe cómo salir y empieza a tener miedo.

Ulises se despierta y se halla tirado en el suelo de la antesala junto a la puerta que acaba de traspasar. Ve a Circe que está sentada en un rincón envuelta de penumbra mirándolo. Está comiendo una manzana, y entonces le sonríe y pregunta:

- ¿Qué tal ha ido?

- Me parece que el rencor es lo que principalmente mueve a los dioses. No me puedo levantar.

- Espera un rato, se te pasará. Los dioses ya no son lo que eran, aunque en realidad nunca han sido gran cosa: si Poseidón te odia por ejemplo es porque te tiene miedo, que sean inmortales no quiere decir que no les pase también su tiempo. Quizás incluso haya llegado el momento en que los dioses empiecen a sentir envidia del ser humano.

- ¿Me ayudas a levantarme?

- Me parece que no, seguiremos así un rato más. Al menos atrasaré tu partida estos minutos.


jueves, 2 de abril de 2015

El Ulises de Germán: 10

Ulises se ha sentado en el suelo de popa junto al timón para descansar un rato. Lleva diez días pilotando la nave personalmente sin apenas dormir, y calcula que a ese ritmo deberían avistar la costa de Ítaca en cualquier momento. Levanta la cabeza para ver la vela blanca henchida de viento, y se fija en el buen humor de su tripulación. Luego se gira para ver la flota de naves siguiéndole.

En la proa un vigía parece haber visto algo a lo lejos. Los demás se dan cuenta y se le acercan para quedarse todos mirando en la misma dirección. El vigía va corriendo al palo y se sube para verlo mejor:

- ¡Allá, tierra! ¡Ítaca!

La tripulación lo celebra con un grito unánime. Ulises llama al piloto y le cede el timón. Le traen comida y cuando prueba el vino se acuerda entonces de Polifemo: fue una estupidez burlarse de él después de escaparse. Empieza a notar una cierta embriaguez y se le relaja el cuerpo, apoya la cabeza y mientras se le cierran los ojos le vienen imágenes de sueños en los que aparece su casa y su gente, y un viento extraño que de pronto lo va borrando todo ante su vista antes de que pueda llegar, desvaneciéndose como en la nada, y dejándolo solo y perdido como un náufrago en el medio del mar.


viernes, 27 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 9

Ulises saluda desde cubierta a los que han ido al muelle para despedirle mientras zarpa temprano de Esqueria hacia Ítaca, y busca con la mirada a Nausícaa sin encontrarla. Sí ve a su madre la reina Arete, que detrás del grupo de gente le mira fijamente con una expresión que le incomoda. Levanta su mano para saludarla pero ella se gira y se vuelve a la casa. Una vez se aleja de la costa se va a la proa y se queda a solas mirando el horizonte, y piensa en Nausícaa tal como la vio el primer día: flaca, ágil, guapa y despierta. Calcula que debe tener la edad de Telémaco, y piensa en sus ojos grandes y almendrados que no se pudo quitar de encima después de aparecer de la maleza perdido, y toparse con ella mientras lavaba la ropa en el río. Empezó a contarle una historia que a él mismo le sonaba absurda mientras la improvisaba, y ella se rió y le pidió que se la contara más tarde. Nausícaa le dio una túnica limpia y se giró para no verlo desnudo mientras él se lavaba en el agua limpia, y le iba preguntando cosas con curiosidad.

Luego se sentaron y conversaron un rato junto al agua. Ulises se sorprendió de su pensamiento:

- En realidad, si te paras a pensarlo todos somos forasteros, basta con ir a otra ciudad para comprobarlo. Y posiblemente un rey sea al final el más extranjero de todos. No hace falta que me cuentes una historia como ésa para que te ayude, te ayudaré a volver a tu tierra. Y ahora dime una cosa, ¿te casarías conmigo?

Ulises se la quedó mirando tratando de comprender a la muchacha, y después de unos segundos en silencio ella le dijo:

-Venga, vamos.

Lo acompañó a la ciudad y le explicó cómo debía presentarse ante el rey y la reina para ganarse su confianza: sobre todo la de la reina. Se separaron y Ulises se quedó un rato mirándola con las mulas cargadas de ropa limpia yendo a lo alto de la ciudad.

Sólo volvieron a verse una vez más. En la fiesta de despedida Nausícaa se giró inconscientemente mientras se encontraba hablando animadamente con unos amigos, y dio con la mirada de Ulises. Se le había aparecido en un sueño que no sabía cómo interpretar, y eso la dejó pensativa durante unos días. Se miraron un momento y ella levantó la mano para saludarlo, le sonrió y volvió a la conversación con su grupito.

La reina Arete vuelve pensativa al palacio. Su hija, aunque un tanto descuidada en su aspecto, tenía a los muchachos detrás de ella. Había salido lista como la madre, y aunque no era muy diestra tejiendo sí era en cambio una gran lectora y tenía facilidad para escribir. Tenía que fijarse en un extranjero, piensa su madre; es demasiado distinta e imaginativa como para integrarse en el montón aislada del gran mundo. Se cruza en una sala con el rey, que a veces parece no enterarse de nada, y este le pregunta contento que cómo había ido la despedida de Ulises. Le cuenta por encima lo que ha visto y enseguida se va a buscar a su hija. Su camarera Apira le dice que está afuera en el patio de los olivos leyendo. Arete la encuentra anotando algo en un rollo y con unos mapas en el suelo, mirando distraída al vacío, y se sienta a su lado.

- No volverá, hija.

- Volveremos a saber de él.

Nausícaa le mira y continúa con sus anotaciones. Arete se levanta, le acaricia la cabeza y la deja sola con sus mapas y sus rollos.



viernes, 20 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 8

Ulises deja a Euríloco aterrorizado con los demás junto al barco y sale solo en busca de Circe. Atraviesa la espesura del bosque mientras anochece hasta divisar a lo lejos el humo de un hogar, y lo sigue hasta llegar al claro en el que se sitúa la casa. Se detiene y se la queda mirando a una cierta distancia, y entonces se sobresalta al escuchar un ruido brusco entre el follaje a pocos metros de él: de pronto aparece de un salto un ciervo, que lo mira un momento antes de salir corriendo en otra dirección. Está nervioso y toca con la mano la empuñadura de su espada. Ya ha oscurecido y sólo ve luz en una ventana del piso de abajo. Ve la puerta principal abierta y a través de ella le llega la voz de una mujer que canta. Le está esperando. Reanuda decidido el paso y entra en la casa.

Circe está de espaldas inclinada acomodando un leño en el fuego, y entonces se gira y le sonríe mientras le pide que cierre la puerta. La mesa está preparada con cena para dos y le invita a sentarse. Ulises saca su espada, la coloca junto a su plato, y entonces se sienta. Circe se fija en la espada que ha dejado a mano y le ofrece un poco de vino para empezar. Ulises le mira a los ojos mientras pasa directamente al asunto:

- Dónde están mis hombres.

- Escondidos.

- ¿Por qué?

- Se habían recluido en una prisión dentro de sí mismos, yo sólo le he dado expresión. Después de las guerras, los saqueos, las matanzas, y todos los viajes y las huidas que han tenido que vivir andaban extraviados y ya no eran ellos mismos. Pero siguen ahí, en el fondo, y mañana por la mañana los liberaré y los verás de nuevo, más jóvenes, más hermosos e incluso más altos que antes. ¿No vas a probar el vino?

Ulises intercambia las copas. Circe se lo queda mirando y se ríe, y entonces él pone su mano sobre la espada:

- Tú primero.

Ella toma la copa, bebe un sorbo y se limpia los labios:

- Es un vino de hace pocas semanas, violeta y afrutado. ¿Vas a beber?

Ulises se lo piensa un momento, toma la copa, mira el vino y entonces se la bebe de un trago. Se queda un instante temiendo algún tipo de reacción pero nada sucede. Ella se acerca y se la vuelve a llenar.

- No verás carne en la comida, sin embargo es sabrosa. Puedes comer tranquilo, no voy a envenenarte. Te aconsejo que ni tú ni tus hombres cacéis en este bosque, las cosas por aquí no son lo que parecen... Todo lo he preparado yo misma.

Ulises se recuesta en su silla y mira a la enigmática mujer sirviendo la comida como si fuese un ama de casa. Le amargó la vida a Escila sin necesidad, por el negligente placer de cometer una maldad sin importarle las consecuencias. Parece complicada, y sin embargo según se mire resulta también extremadamente simple en su comportamiento más allá del bien y del mal con su brujería. Le estaba esperando, vuelve a pensar. Los dos saben que también él miente con frecuencia con tal de sacar alguna ventaja, y eso posiblemente sea algo que a ella le agrade. Se la imagina mintiendo a los marineros que pasan por ahí, y comprende que una bonita boca como la suya tiene permiso para mentir entre los hombres con tal de poderla escuchar.

- No quiero matarte, y tampoco quiero perder para siempre a mis hombres. No sé a qué estás jugando, dime qué quieres.

- Mañana por la mañana liberaré a tus hombres. Primero a 6, luego a otros 6 y así hasta el último. Y ahora por favor cenemos ya, se enfría la comida. Luego te preparé un baño y entonces te vendrás a mi lecho para que yazgas conmigo. Tú eres lo que quiero. Los dos veremos si nos mentimos: puedes usar tu espada si ves que te miento, yo acabaré contigo si veo que me estás engañando.



miércoles, 18 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 7

Ulises abre los ojos y tarda un momento en comprender que se halla atado al mástil y lo que sucede su alrededor: el fuerte oleaje hace tambalear la nave mientras escucha los gritos de la tripulación tratando de controlar el rumbo, la espuma blanca salta y vuela mojándolos a todos y el mar brama enfurecido chocando contra todas las cosas, mientras los extremos de los remos de madera de abeto sobresalen un momento para reiniciar de nuevo su movimiento con dificultad. Levanta la cabeza y ve en lo alto el sol del mediodía en un cielo azul y despejado, sin apenas viento. Perimedes pasa a su lado y lo ve despierto, y enseguida empieza a desatarlo.

- ¿Qué te dijeron las sirenas?

- No lo sé, no pude escuchar nada, se habían ahogado...

Recuerda la extraña noche anterior y se levanta deprisa. Da rápidas instrucciones a sus hombres, que celebran con un grito al verlo de nuevo entre ellos. Se acerca al piloto para ordenarle que se ciña al peñón de estribor, y que evite a toda costa el remolino a babor que los hundiría inevitablemente en el fondo del mar. Se arma y llega corriendo a la proa, pero la confusión es tal que apenas puede distinguir nada. El mar empuja y hace saltar en el aire la embarcación, y las olas barren por encima de cubierta todo lo que encuentran; el aire se llena de millones de gotas formando una gran nube, y en medio de la confusión escucha golpes y gritos de terror al acercarse al final del estrecho. Circe le dijo que tendrían que morir 6 hombres para poder pasar, y cuando salen finalmente del paso cruzando un arco iris, revisa la tripulación: le faltan exactamente esos 6. Mientras se alejan con una brisa favorable, se va a la popa y los ve destrozados contra las rocas, con miembros flotando en el mar ensangrentado. ¿Por qué exactamente 6? Y entonces empieza a comprender lo que de alguna manera ya sospechaba: todo tiene la precisión de una trampa bien urdida.



viernes, 13 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 6


Ulises contempla sentado en la popa y apoyado en el timón la noche tranquila e inmóvil con la luna llena. El viento había cesado por la tarde, así que arriaron la vela y remaron durante horas hasta que ya a oscuras decidieron descansar. La tripulación se ha quedado dormida en los remos y alguno yace tirado cómodamente en cubierta, mientras él se ha quedado solo haciendo guardia. Por la mañana los quiere descansados y los deja dormir. Piensa que los dioses no duermen nunca, y que siguen urdiendo sus tramas mientras las personas descansan. Circe le aconsejó que se taparan los oídos para no escuchar el canto de las sirenas cuando se acercasen a los riscos, y que si quería escucharlas se hiciese sujetar con una cuerda al mástil mientras pasaban de largo. Y después vendría el paso por el estrecho entre Escila y Caribdis. Cabecea un poco y para despejarse se levanta y va a buscar la soga a la despensa de proa, pasando entre sus hombres con cuidado, y la deja junto al palo. Vuelve a popa y se sienta de nuevo junto al timón. De pronto se da cuenta de que hace rato que no escucha ningún ruido, ni el sonido del agua ni el crujir de la madera. No están tan lejos de la costa, debería escuchar al menos el rumor de las olas rompiendo a lo lejos. Comprende que hay algo extraño en ese silencio y al girarse golpea sin querer una jarra que tenía junto a él y cae al mar, pero no oye ningún chasquido. Instintivamente da una palmada en el aire para escuchar su propio ruido, pero tampoco lo oye. Se pone en pie asustado y mira hacia el agua adonde se ha caído la jarra, y entonces ve bajo el agua unas formas blancas que se aproximan desde la profundidad. Mira la cuerda que ha dejado junto al palo, se agarra al timón y se asoma para verlas mejor: tres rostros de mujer bajo el agua pálidos y fantasmales le miran con los ojos muy abiertos, mientras abren la boca como para decirle algo.


domingo, 1 de marzo de 2015

El Ulises de Germán: 5

Ulises contempla desde la playa el mar al amanecer. Se halla perdido en el tiempo y  el espacio: no consigue ubicarse con las estrellas ni tampoco sabría decir cuánto tiempo lleva ya en aquella isla desierta. Había llegado casi muerto tras el naufragio al salir de Sicilia y no entendía cómo pudo salvar la vida: cuando se despertó se encontró en un cómodo lecho dentro de una gruta, junto a un pequeño fuego y todo lo necesario para poder sobrevivir. Era como si una presencia invisible se hubiese ocupado de él. Recorrió después toda la isla pero no encontró a nadie: tan sólo estaba la isla, rebosante de vida y belleza, que le mantuvo ocupado todo los días. Se animó a construir una balsa pero siempre fallaba algo: a veces desaparecían las herramientas o las maderas en las que tanto había trabajado, y por una cosa o por otra no avanzaba en la tarea. Revisó a fondo cada rincón de la isla pero nunca dio con nadie: pensó que tal vez fuese cosa de los dioses.

Un par de noches atrás había soñado con una hermosa mujer con una trenza que le cantaba una misteriosa melodía mientras tejía: al despertar vio junto a él la aguja dorada que había visto en el sueño, y de pronto sintió el aroma de las flores del mirto y también del cedro. Y desde entonces empezó a sospechar que nunca podría salir de esa cárcel dorada en que se había convertido la isla.

Sigue contemplando el sol rojizo cada vez más anaranjado ascender en un cielo lleno de violetas y amarillos que se reflejan en un mar celeste y en calma. Luego se dirige a la gruta y para su sorpresa descubre sobre su lecho una bonita hacha de bronce. Se la quedó mirando, la coge y se dirige a los bosques al otro lado de la isla. Tala unos abetos que no había visto antes para los remos y unos álamos perfectos para el cuerpo de la balsa. Antes de una semana la tenía lista con una vela hecha de una tela que de nuevo misteriosamente había aparecido en la gruta, junto a víveres, agua, vino y ropa nueva para el viaje.

El día de su partida halla un mapa con la ruta que debe tomar. Empuja la balsa mar adentro y mientras le llevaba una brisa que parecía haber surgido de la nada, se dejó ir y se giró para ver la isla mientras se alejaba. Hasta que por fin llegó a la distancia adecuada y pudo verlo: aquella isla desierta tenía exactamente la forma de una silueta de mujer.



martes, 6 de enero de 2015

El Ulises de Germán: 4

Ulises se ha tendido plácidamente al sol en una playa de una isla para descansar. Sabe que sus hombres le andan buscando pero no le preocupa, tiene ganas de desconectar y deja libre la imaginación con los ojos cerrados mientras va probando las bayas que tiene en la mano. Su patria, su mujer, su hijo y su familia le esperan; pero todo le parece un recuerdo difuso y remoto, como de otra vida. Piensa en sí mismo cuando en Ítaca y se ve como a otra persona. ¿A dónde se van todas las cosas del pasado? Todo va a parar al gran depósito oscuro del universo desordenadamente lleno de cosas olvidadas. La arena, el rumor del mar, el viento que agita las hojas de los árboles y el graznido de las gaviotas ocupan su mente en ese momento. ¿Hasta qué punto se puede volver a ninguna parte cuando el tiempo lo cambia todo? Quizás esté siguiendo un falso rastro que lo aleja hacia lo desconocido. Siente la tentación de abandonar su papel y dejar vivir su vida a aquél que fue en otro tiempo, para dedicarse al presente en esa isla olvidada. Ni siquiera puede visualizar ya el rostro de Penélope...  Hay una especie de liberación en lo que ignoramos, y un amanecer que sigue al olvido...

Va a tomar otra baya y entonces siente una sombra que le tapa el sol. Abre los ojos y ve a sus hombres rodeándolo. Euríloco se acerca un poco más e inclinándose sobre él le pregunta:

- ¿Nos vamos ya?

Ulises le sonríe, le pide un minuto más mientras se le desvanecen los pensamientos y las palabras, y entonces se levanta. Mira las bayas en su mano y se las guarda en la bolsa en la que lleva sus cosas.

- Vamos.


sábado, 3 de enero de 2015

El Ulises de Germán: 3

Fue su perro Argos el que descubrió muy de mañana el cuerpo sin vida de Ulises, tendido entre unos arbustos del bosque que rodeaba la casa. Le llegó su olor en la cabaña de Eumeo y siguiendo su rastro dio con su amo. Lo empezó a olisquear y a lamerlo moviendo su cola,  emitiendo gritos que mezclaban la alegría con la incomprensión y la intuición de la muerte. El perro que se había pasado la vida desde la partida de su amo apartado y olvidado en un rincón de la granja, y se había convertido en una sombra de sí mismo. El aroma de su amo, ahora inmóvil y como ausente, le hizo volver a la vida.

Eumeo escuchó el escándalo y se acercó a ver. El perro estaba junto al cuerpo y vio la herida en el costado todavía con la sangre fresca. Se fijó en las huellas recientes alrededor y trató de imaginarse lo que había pasado. Conocía al mendigo y de pronto vio la cicatriz en su pierna. Se acercó para asegurarse y entonces fue deprisa a la casa. Llamó a su ama y a Euriclea y les contó lo que acababa de ver. Un grupo de criados acompañaron a Penólope, que seguía a Eumeo mientras se dirigían al claro del bosque donde yacía aquel individuo sin vida. Eumeo le señaló con su bastón la cicatriz a Euriclea, que palideció al reconocerla. Miraron entonces a Penélope y esta empezó a comprender. Mientras tanto llegaron Telémaco con Antínoo. Penélope  se giró para no ver más, y entonces Telémaco miró sorprendido a Antínoo, con Melancio a su lado, que se dio cuenta y se fue mientras llegaban Eurímaco con Melanto y otros criados más. Y todos se habían quedado a la misma distancia del cadáver formando un círculo, menos el perro que se había sentado junto a su amo.

Y tú, Eumeo, ayudado de Filetio te llevaste delante de todos el cuerpo sin vida del hijo de Laertes al campo donde tenía sus huertos, cerca del bosque donde cazaba de muchacho. Y allí lo colocaste sobre una pira funeraria y poniendo la moneda en su boca dejaste que su padre, que lo trajo a la vida, le ayudara también a dejarla con el fuego para que continuara su viaje hasta el Elíseo.



lunes, 29 de diciembre de 2014

El Ulises de Germán: 2

Ulises se acerca de noche a la casa y se la queda mirando a cierta distancia solo junto al pozo. Levanta la cabeza para ver el cielo estrellado con la luna llena, y se sienta y sigue mirando hacia las luces de la casa. Las ventanas están abiertas y escucha las voces que le llegan de dentro, y entonces reconoce la de una mujer que se pone a cantar una canción que escuchó hace mucho tiempo. Le distraen los lejanos ladridos de un perro, y entonces se asoma para ver el fondo del pozo y siente su oscura humedad como si fuese el aliento frío de otro mundo. Por fin ha llegado y se siente a las puertas del final de su viaje, y mirando las estrellas y la luna tan llena, y un poco más allá las luces de la casa con las voces de fondo, decide quedarse ahí sentado hasta que se apaguen. Después se queda un rato más, hasta que por fin se levanta y pasea hasta llegar a la playa. Busca su hueco entre las rocas y se acomoda para dormir. Se ha acostumbrado al ruido del mar, y sin ganas de pensar demasiado se da cuenta de que todas las luces en el cielo de una noche son el reflejo del sol de ayer y también del de mañana.

lunes, 8 de diciembre de 2014

El Ulises de Germán: 1


Ulises navega los mares durante años buscando el camino de vuelta a su país y su reina. Llega por fin sin darse cuenta cuando se creía perdido. Pero el tiempo ha pasado, ha envejecido y su aspecto ya no es el que era. Decide entonces no revelar su identidad y ver las cosas desde fuera. Su familia lo trata como a un forastero, sus amigos tampoco lo ven, y sus enemigos se ríen de él como de un mendigo: sólo su viejo perro de caza lo reconoce un momento antes de morir. Se mira entonces en el espejo y se ve a sí mismo como un extraño en un mundo que ya no parece el suyo. Se dirige hacia su casa hasta divisarla a lo lejos, y mientras se aproxima se cruza con una hermosa mujer que va en busca de agua. Ulises se acerca, le pide una limosna y le pregunta por el señor de la casa. Ella le da una moneda y le dice que su esposo está dentro. Él le hace una reverencia y la deja pasar, y mirando cómo se aleja todo le empieza a parecer como en un sueño, y piensa que tal vez sí se perdió de alguna manera en su viaje de regreso y que nunca llegó a Ítaca. Y siente el frío del fondo del mar que le mece suavemente con la corriente entre las algas y los peces, en donde se quedará ya para siempre. Y en su mano, aprieta la moneda.