Fue su perro Argos el que descubrió muy de mañana el cuerpo sin vida de Ulises, tendido entre unos arbustos del bosque que rodeaba la casa. Le llegó su olor en la cabaña de Eumeo y siguiendo su rastro dio con su amo. Lo empezó a olisquear y a lamerlo moviendo su cola, emitiendo gritos que mezclaban la alegría con la incomprensión y la intuición de la muerte. El perro que se había pasado la vida desde la partida de su amo apartado y olvidado en un rincón de la granja, y se había convertido en una sombra de sí mismo. El aroma de su amo, ahora inmóvil y como ausente, le hizo volver a la vida.
Eumeo escuchó el escándalo y se acercó a ver. El perro estaba junto al cuerpo y vio la herida en el costado todavía con la sangre fresca. Se fijó en las huellas recientes alrededor y trató de imaginarse lo que había pasado. Conocía al mendigo y de pronto vio la cicatriz en su pierna. Se acercó para asegurarse y entonces fue deprisa a la casa. Llamó a su ama y a Euriclea y les contó lo que acababa de ver. Un grupo de criados acompañaron a Penólope, que seguía a Eumeo mientras se dirigían al claro del bosque donde yacía aquel individuo sin vida. Eumeo le señaló con su bastón la cicatriz a Euriclea, que palideció al reconocerla. Miraron entonces a Penélope y esta empezó a comprender. Mientras tanto llegaron Telémaco con Antínoo. Penélope se giró para no ver más, y entonces Telémaco miró sorprendido a Antínoo, con Melancio a su lado, que se dio cuenta y se fue mientras llegaban Eurímaco con Melanto y otros criados más. Y todos se habían quedado a la misma distancia del cadáver formando un círculo, menos el perro que se había sentado junto a su amo.
Y tú, Eumeo, ayudado de Filetio te llevaste delante de todos el cuerpo sin vida del hijo de Laertes al campo donde tenía sus huertos, cerca del bosque donde cazaba de muchacho. Y allí lo colocaste sobre una pira funeraria y poniendo la moneda en su boca dejaste que su padre, que lo trajo a la vida, le ayudara también a dejarla con el fuego para que continuara su viaje hasta el Elíseo.
Y tú, Eumeo, ayudado de Filetio te llevaste delante de todos el cuerpo sin vida del hijo de Laertes al campo donde tenía sus huertos, cerca del bosque donde cazaba de muchacho. Y allí lo colocaste sobre una pira funeraria y poniendo la moneda en su boca dejaste que su padre, que lo trajo a la vida, le ayudara también a dejarla con el fuego para que continuara su viaje hasta el Elíseo.
Siempre interesante....
ResponderEliminarSaludos