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viernes, 21 de noviembre de 2014

¿Qué es la verdad?

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas apenas hablan del encuentro entre Jesús y Pilatos, es el de Juan el que entra más en detalle. El apócrifo de Nicodemo conocido como Acta Pilati gira en torno de ese episodio y añade aspectos que no salen en los cuatro evangelios canónicos.

Los jerarcas de la iglesia judía llevan a Jesús ante Pilatos para deshacerse de él. Carecían de poder para ajusticiarlo y no sabían cómo hacerlo. Tampoco querían volverse impopulares entre los muchos simpatizantes que el de Nazaret se había ganado con sus palabras y sus metáforas. De manera que deciden acusarlo por hacerse pasar por Rey de los judíos, que además de ser una blasfemia contra la ley de Moisés era también un insulto y acto de rebelión contra Roma y el Emperador, castigado con pena de muerte.

Pilatos es el prefecto del imperio en una tierra complicada, su mentalidad romana no encaja con aquel mundo antiguo y hermético en el que cualquier decisión trae consigo nuevos e interminables problemas y conflictos. Sin embargo resulta efectivo en su trabajo y Roma lo mantiene muchos años allí. No ve clara la acusación, así que va y directamente le pregunta a Jesús si es realmente él el Rey de los judíos. En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se limita a contestar: “Tú lo dices, no yo”. A Pilatos le extraña esa contestación y le pregunta de nuevo: “¿Te das cuenta de todo lo que están diciendo de ti y la gravedad de la acusación?” Pero Jesús no responde.

En el de Juan se enfoca el diálogo desde otro ángulo. Primero le pregunta a Pilatos si juzga por sí mismo y por lo que ve, o bien por lo que le dicen los demás; luego le explica que su reino no es de este mundo, y que si realmente lo fuera tendría entonces un ejército que pelearía por él. Pilatos le vuelve a preguntar si es un rey, y Jesús responde que ha venido a dar testimonio de la verdad y que quien es de la verdad escucha su voz. En ese momento Pilatos le pregunta con escepticismo sin esperar contestación: “¿Y qué es la verdad?” Queda sin respuesta en el evangelio de Juan pero no en el de Nicodemo: más o menos Jesús le replica que la verdad está en el cielo, y que quienes la manifiestan aquí abajo son juzgados de manera tan arbitraria por los que tienen el poder sobre la tierra.

Pilatos debe ver a Jesús como un hombre extraño y de difícil comprensión, como de otro mundo, en medio de una controversia que tanto le da. No ve ningún crimen contra ninguna ley. Incluso su propia esposa le envía un mensaje para avisarle de unos sueños premonitorios que había tenido la pasada noche, y pedirle que no se mezcle en el linchamiento. Sin embargo no sabe cómo evitar su sacrificio sin que suceda un desorden mayor. Manda azotar severamente a Jesús intentando que sólo se quede en eso el castigo, pero no es aceptado y la acusación sigue pidiendo la crucifixión. No hay manera de razonar y se ha quedado sin opciones: dice no querer saber nada más del asunto y lidia la presión popular dejando libre a Barrabás, preso en la última insurrección por asesinato, para dictar seguidamente la sentencia de muerte de Jesús en medio de semejante locura colectiva.

Mientras colocan en la cruz el letrero con el crimen del que se le acusa: “Jesús, rey de los judíos”, los sacerdotes le piden a Pilatos que rectifique la frase porque no es que se trate realmente del rey de los judíos, sino que se hace pasar por él. Pero Pilatos les dice con autoridad que ya está escrito y que se queda como está.

Pilatos fue destituido de manera muy arbitraria pocos años después por el gobernador de Siria después de aplacar por la fuerza una rebelión armada, y volvió a Roma. Sejano lo había puesto en el cargo y ya había sido asesinado. Tiberio, que era quien le protegía, murió antes de que llegara. Empezaba el tiempo de Calígula.

sábado, 1 de noviembre de 2014

La última noche de Mozart.

Mozart comenzó a sentirse mal a mediados de septiembre de 1791 después del estreno en Praga de La Clemenza di Tito. Se cansaba demasiado y tenía dolores, pero no quiso darle importancia: según su primer biógrafo Niemetschek, sufría achaques y se medicaba. A finales de mes tenía ya listo el concierto para clarinete y el día 28 se estrenaba La Flauta Mágica bajo su dirección en el Freihaus-Theater auf der Wieden, con un éxito discreto al principio.

Su mujer Constanze y cuñada Sophie tuvieron que partir de viaje unos días en octubre y aprovechó para retomar de nuevo el Réquiem, y se concentró tanto a solas en ese trabajo que hasta cierto punto puede decirse que lo vivía. Su ánimo se resintió y su salud empeoró. Se interrumpía deprimido, era presa de ideas paranoicas y se imaginaba la muerte.

Cuando Constanze volvió a Viena lo encontró melancólico e insomne; intentó distraerlo pero él volvía inevitablemente al Réquiem. En noviembre se sintió algo mejor, y escribió Una pequeña cantata masónicaSe quedó sin fuerzas, las manos y los pies se le hincharon y el cuerpo se le quedaba rígido. A finales de noviembre el dolor era insoportable, y un día pidió sacasen su querido canario de su presencia porque no podía soportar su canto. Sophie mientras tanto ayudaba y resultó ser una buena enfermera.

La Flauta Mágica ya empezaba a cosechar cierto éxito. Tendido en la cama miraba su reloj y avisaba a los presentes de que tal  o cual momento se estaba representando en ese preciso instante. Mozart se hacía querer entre los suyos, que asistían con pena a su desmoronamiento. Pidió trabajar más en el Réquiem e incluso dirigió algún ensayo casero, y el 4 de diciembre cuando iban a probar con el Lacrimosa le dio un ataque de parálisis total. Se despidió de los presentes, y a media noche ya inconsciente se giró como si se fuera a dormir. Minutos antes de la una del día 5 de diciembre Wolfgang Amadeus Mozart moría poco antes de cumplir los 36.

Treinta y pico años después Sophie escribió una carta a Nissen, que se casó con Constanze en 1809 y escribió una biografía de Mozart. Aquella noche en que murió Mozart, Sophie estaba en casa con su madre. Le dijo que no pensaba ir a verlo porque parecía estar mejorando y que podría ser el principio de su recuperación. Su madre le pidió que preparara un café para tomarlo mientras conversaban tranquilamente sobre el tema, y Sophie fue a la cocina, encendió una vela y preparó el fuego para el café. Se quedó a solas pensando en su cuñado mientras miraba la luz de la vela. De pronto ésta se apagó completamente, sin dejar humo ni el menor rastro de una chispa en la mecha, como si no la hubiese encendido nunca y le entró miedo. Fue corriendo al apartamento de los Mozart y entró a verlo. Él la saludó afectuosamente y se alegró de poderse despedir personalmente de ella antes de morir. Volvió a salir corriendo para informar a su madre del pésimo estado de Mozart y de que se quedaría cerca de él esa noche. Por el camino avisó a un párroco, con el que se discutió, y volvió corriendo por las calles de noche junto a Mozart.

La partitura del Réquiem estaba sobre la colcha y Mozart explicaba a Suessmayr cómo enfocar el final. En un rincón de la habitación estaba inadvertido su hijo Karl de 7 años observándolo todo con miedo. Un médico le aplicó cataplasmas frías en su frente que ardía de fiebre, perdió la conciencia por el shock y ya no la recobró. Sophie se dio cuenta de que incluso en ese estado tarareaba los tambores del Réquiem.

Poco después un tipo del Museo de Arte sacó un molde de su pálido y mortecino rostro.

Sophie recordó la tristeza que sintió al día siguiente, cuando la gente empezó a presentarse en el apartamento para expresar a la familia la pena que les causaba la muerte de su cuñado.

Maurerische Trauermusik