Mozart comenzó a sentirse mal a mediados de septiembre de 1791 después del estreno en Praga de La Clemenza di Tito. Se cansaba demasiado y tenía dolores, pero no quiso darle importancia: según su primer biógrafo Niemetschek, sufría achaques y se medicaba. A finales de mes tenía ya listo el concierto para clarinete y el día 28 se estrenaba La Flauta Mágica bajo su dirección en el Freihaus-Theater auf der Wieden, con un éxito discreto al principio.
Su mujer Constanze y cuñada Sophie tuvieron que partir de viaje unos días en octubre y aprovechó para retomar de nuevo el Réquiem, y se concentró tanto a solas en ese trabajo que hasta cierto punto puede decirse que lo vivía. Su ánimo se resintió y su salud empeoró. Se interrumpía deprimido, era presa de ideas paranoicas y se imaginaba la muerte.
Cuando Constanze volvió a Viena lo encontró melancólico e insomne; intentó distraerlo pero él volvía inevitablemente al Réquiem. En noviembre se sintió algo mejor, y escribió Una pequeña cantata masónica. Se quedó sin fuerzas, las manos y los pies se le hincharon y el cuerpo se le quedaba rígido. A finales de noviembre el dolor era insoportable, y un día pidió sacasen su querido canario de su presencia porque no podía soportar su canto. Sophie mientras tanto ayudaba y resultó ser una buena enfermera.
La Flauta Mágica ya empezaba a cosechar cierto éxito. Tendido en la cama miraba su reloj y avisaba a los presentes de que tal o cual momento se estaba representando en ese preciso instante. Mozart se hacía querer entre los suyos, que asistían con pena a su desmoronamiento. Pidió trabajar más en el Réquiem e incluso dirigió algún ensayo casero, y el 4 de diciembre cuando iban a probar con el Lacrimosa le dio un ataque de parálisis total. Se despidió de los presentes, y a media noche ya inconsciente se giró como si se fuera a dormir. Minutos antes de la una del día 5 de diciembre Wolfgang Amadeus Mozart moría poco antes de cumplir los 36.
Treinta y pico años después Sophie escribió una carta a Nissen, que se casó con Constanze en 1809 y escribió una biografía de Mozart. Aquella noche en que murió Mozart, Sophie estaba en casa con su madre. Le dijo que no pensaba ir a verlo porque parecía estar mejorando y que podría ser el principio de su recuperación. Su madre le pidió que preparara un café para tomarlo mientras conversaban tranquilamente sobre el tema, y Sophie fue a la cocina, encendió una vela y preparó el fuego para el café. Se quedó a solas pensando en su cuñado mientras miraba la luz de la vela. De pronto ésta se apagó completamente, sin dejar humo ni el menor rastro de una chispa en la mecha, como si no la hubiese encendido nunca y le entró miedo. Fue corriendo al apartamento de los Mozart y entró a verlo. Él la saludó afectuosamente y se alegró de poderse despedir personalmente de ella antes de morir. Volvió a salir corriendo para informar a su madre del pésimo estado de Mozart y de que se quedaría cerca de él esa noche. Por el camino avisó a un párroco, con el que se discutió, y volvió corriendo por las calles de noche junto a Mozart.
La partitura del Réquiem estaba sobre la colcha y Mozart explicaba a Suessmayr cómo enfocar el final. En un rincón de la habitación estaba inadvertido su hijo Karl de 7 años observándolo todo con miedo. Un médico le aplicó cataplasmas frías en su frente que ardía de fiebre, perdió la conciencia por el shock y ya no la recobró. Sophie se dio cuenta de que incluso en ese estado tarareaba los tambores del Réquiem.
Poco después un tipo del Museo de Arte sacó un molde de su pálido y mortecino rostro.
Sophie recordó la tristeza que sintió al día siguiente, cuando la gente empezó a presentarse en el apartamento para expresar a la familia la pena que les causaba la muerte de su cuñado.
Maurerische Trauermusik
Su mujer Constanze y cuñada Sophie tuvieron que partir de viaje unos días en octubre y aprovechó para retomar de nuevo el Réquiem, y se concentró tanto a solas en ese trabajo que hasta cierto punto puede decirse que lo vivía. Su ánimo se resintió y su salud empeoró. Se interrumpía deprimido, era presa de ideas paranoicas y se imaginaba la muerte.
Cuando Constanze volvió a Viena lo encontró melancólico e insomne; intentó distraerlo pero él volvía inevitablemente al Réquiem. En noviembre se sintió algo mejor, y escribió Una pequeña cantata masónica. Se quedó sin fuerzas, las manos y los pies se le hincharon y el cuerpo se le quedaba rígido. A finales de noviembre el dolor era insoportable, y un día pidió sacasen su querido canario de su presencia porque no podía soportar su canto. Sophie mientras tanto ayudaba y resultó ser una buena enfermera.
La Flauta Mágica ya empezaba a cosechar cierto éxito. Tendido en la cama miraba su reloj y avisaba a los presentes de que tal o cual momento se estaba representando en ese preciso instante. Mozart se hacía querer entre los suyos, que asistían con pena a su desmoronamiento. Pidió trabajar más en el Réquiem e incluso dirigió algún ensayo casero, y el 4 de diciembre cuando iban a probar con el Lacrimosa le dio un ataque de parálisis total. Se despidió de los presentes, y a media noche ya inconsciente se giró como si se fuera a dormir. Minutos antes de la una del día 5 de diciembre Wolfgang Amadeus Mozart moría poco antes de cumplir los 36.
Treinta y pico años después Sophie escribió una carta a Nissen, que se casó con Constanze en 1809 y escribió una biografía de Mozart. Aquella noche en que murió Mozart, Sophie estaba en casa con su madre. Le dijo que no pensaba ir a verlo porque parecía estar mejorando y que podría ser el principio de su recuperación. Su madre le pidió que preparara un café para tomarlo mientras conversaban tranquilamente sobre el tema, y Sophie fue a la cocina, encendió una vela y preparó el fuego para el café. Se quedó a solas pensando en su cuñado mientras miraba la luz de la vela. De pronto ésta se apagó completamente, sin dejar humo ni el menor rastro de una chispa en la mecha, como si no la hubiese encendido nunca y le entró miedo. Fue corriendo al apartamento de los Mozart y entró a verlo. Él la saludó afectuosamente y se alegró de poderse despedir personalmente de ella antes de morir. Volvió a salir corriendo para informar a su madre del pésimo estado de Mozart y de que se quedaría cerca de él esa noche. Por el camino avisó a un párroco, con el que se discutió, y volvió corriendo por las calles de noche junto a Mozart.
La partitura del Réquiem estaba sobre la colcha y Mozart explicaba a Suessmayr cómo enfocar el final. En un rincón de la habitación estaba inadvertido su hijo Karl de 7 años observándolo todo con miedo. Un médico le aplicó cataplasmas frías en su frente que ardía de fiebre, perdió la conciencia por el shock y ya no la recobró. Sophie se dio cuenta de que incluso en ese estado tarareaba los tambores del Réquiem.
Poco después un tipo del Museo de Arte sacó un molde de su pálido y mortecino rostro.
Sophie recordó la tristeza que sintió al día siguiente, cuando la gente empezó a presentarse en el apartamento para expresar a la familia la pena que les causaba la muerte de su cuñado.
Maurerische Trauermusik
Un relato muy bien presentado...
ResponderEliminarSaludos
Lo de la vela me recuerda a un proverbio Zen, o algo parecido: cuanto más brilla una vela más se consume su materia. Me alegro de que te gustara.
Eliminarun tipo de otro mundo este Mozart...
ResponderEliminarmuy interesante el relato... y ameno, siento curiosidad por ver lo que salió del molde que hizo el tipo del museo....
No tengo ni idea de lo que fue de aquel molde. Mozart era bajito, medía metro y cincuenta y algo, a veces incluso decía con cierta pena que le gustaría tener más amigos de su altura, era muy flaco y estaba muy orgulloso de su densa melena rubia. Lo describieron como feo. Le gustaba la cerveza y jugar al billar, y llevaba las cuentas de la casa con total descontrol. Una vez pinté un retrato suyo que no sé dónde andará, salía una habitación muy barroca con un piano a un lado, y a Mozart lo puse de espaldas mirando por la ventana hacia fuera, distraído mirando las casitas de Salzburgo con las montañas de fondo. La música de Mozart es civilizada y la naturaleza queda fuera. Sonidos tan naturales como el de la flauta no era lo suyo, era mejor con una viola, un clarinete o un pianoforte. El último año de Mozart es un poco misterioso, apenas compuso nada, lo cual era inhabitual en él, y se murió cuando su música empezaba a ir en una dirección nueva, mucho más compleja y rica de lo que después Beethoven o Schubert encarrilaron. Mozart es el XVIII en todo su esplendor, uno de los siglos más ricos en ideas y sucesos de la historia europea. Yo tendría unos 14 años cuando me quedé fascinado escuchando una de sus sonatas, de hecho fue el primer disco que me compré. Aquello tenía una profundidad que me admiró, voces cruzándose en una cierta trama que evolucionaba cambiando de ánimo, un universo que recreaba un pianoforte a fuerza de golpear sus teclas ordenadamente. En fin, fue leyendo la carta de Sophie que empecé a pensar en la última noche de Herr Mozart. Me alegro de haber despertado interés, no por mí sino por Mozart.
EliminarEstimado Germán...ayssssssssssss..hablas de un genio de la música clásica, de la opera....para mí es uno de los creadores más fascinantes, aunque su carrera fue corta..nos dejó un maravilloso legado. Hablas de la décimo novena misa de Réquiem y creo que murió antes de acabarla. Según su biografía, ésta misa fue un encargo del conde Franz von Walsegg para los funerales de su esposa....y también hablas de la Flauta mágica....creo que no es sólo una parábola sobre el bien y el mal..es una obra genial que ensalza el amor, la solidaridad, la justicia y la tolerancia. Maravilloso.
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