Ulises contempla desde la playa el mar al amanecer. Se halla perdido en el tiempo y el espacio: no consigue ubicarse con las estrellas ni tampoco sabría decir cuánto tiempo lleva ya en aquella isla desierta. Había llegado casi muerto tras el naufragio al salir de Sicilia y no entendía cómo pudo salvar la vida: cuando se despertó se encontró en un cómodo lecho dentro de una gruta, junto a un pequeño fuego y todo lo necesario para poder sobrevivir. Era como si una presencia invisible se hubiese ocupado de él. Recorrió después toda la isla pero no encontró a nadie: tan sólo estaba la isla, rebosante de vida y belleza, que le mantuvo ocupado todo los días. Se animó a construir una balsa pero siempre fallaba algo: a veces desaparecían las herramientas o las maderas en las que tanto había trabajado, y por una cosa o por otra no avanzaba en la tarea. Revisó a fondo cada rincón de la isla pero nunca dio con nadie: pensó que tal vez fuese cosa de los dioses.
Un par de noches atrás había soñado con una hermosa mujer con una trenza que le cantaba una misteriosa melodía mientras tejía: al despertar vio junto a él la aguja dorada que había visto en el sueño, y de pronto sintió el aroma de las flores del mirto y también del cedro. Y desde entonces empezó a sospechar que nunca podría salir de esa cárcel dorada en que se había convertido la isla.
Sigue contemplando el sol rojizo cada vez más anaranjado ascender en un cielo lleno de violetas y amarillos que se reflejan en un mar celeste y en calma. Luego se dirige a la gruta y para su sorpresa descubre sobre su lecho una bonita hacha de bronce. Se la quedó mirando, la coge y se dirige a los bosques al otro lado de la isla. Tala unos abetos que no había visto antes para los remos y unos álamos perfectos para el cuerpo de la balsa. Antes de una semana la tenía lista con una vela hecha de una tela que de nuevo misteriosamente había aparecido en la gruta, junto a víveres, agua, vino y ropa nueva para el viaje.
El día de su partida halla un mapa con la ruta que debe tomar. Empuja la balsa mar adentro y mientras le llevaba una brisa que parecía haber surgido de la nada, se dejó ir y se giró para ver la isla mientras se alejaba. Hasta que por fin llegó a la distancia adecuada y pudo verlo: aquella isla desierta tenía exactamente la forma de una silueta de mujer.
Un par de noches atrás había soñado con una hermosa mujer con una trenza que le cantaba una misteriosa melodía mientras tejía: al despertar vio junto a él la aguja dorada que había visto en el sueño, y de pronto sintió el aroma de las flores del mirto y también del cedro. Y desde entonces empezó a sospechar que nunca podría salir de esa cárcel dorada en que se había convertido la isla.
Sigue contemplando el sol rojizo cada vez más anaranjado ascender en un cielo lleno de violetas y amarillos que se reflejan en un mar celeste y en calma. Luego se dirige a la gruta y para su sorpresa descubre sobre su lecho una bonita hacha de bronce. Se la quedó mirando, la coge y se dirige a los bosques al otro lado de la isla. Tala unos abetos que no había visto antes para los remos y unos álamos perfectos para el cuerpo de la balsa. Antes de una semana la tenía lista con una vela hecha de una tela que de nuevo misteriosamente había aparecido en la gruta, junto a víveres, agua, vino y ropa nueva para el viaje.
El día de su partida halla un mapa con la ruta que debe tomar. Empuja la balsa mar adentro y mientras le llevaba una brisa que parecía haber surgido de la nada, se dejó ir y se giró para ver la isla mientras se alejaba. Hasta que por fin llegó a la distancia adecuada y pudo verlo: aquella isla desierta tenía exactamente la forma de una silueta de mujer.
Escribes francamente bien...
ResponderEliminarSaludos