En la primera parte de la década de 1660 Vermeer realizó una serie de interiores de dimensiones pequeñas con mujeres ubicadas en ese mismo rinconcito junto a la ventana que queda a la izquierda. De todos ellos esta mujer de azul leyendo su carta con ese gran mapa detrás es distinto y el que más me gusta. En primer lugar limita la cantidad de colores. En todos los demás retratos aparecen el rojo, azul, amarillo, verde y de todo con total naturalidad. Aquí se centra en un color frío como ese azul ultramarino que transmite lejanía, y la calidez que contrapone con los ocres que hacen de complementarios. En segundo lugar limita el espacio, la ventana no aparece y se interesa por la figura que sitúa en el centro mismo de la composición, absorta en la carta y sus emociones. El bodegón sobre la mesa resulta en comparación con los que vemos en los demás retratos, más sencillo e incluso mínimo.
Resulta interesante la trama detrás de lo que vemos: un cofre abierto, un collar de perlas sobre la mesa junto a otro folio, un pañuelo, un embarazo que dicho sea de paso es un motivo muy raro en la pintura de cualquier época, y la expresión de interés íntimo en la lectura. El sol da de pleno y podría ser por la mañana: la luz entra mientras ella lee la carta. La muchacha parece también haber interrumpido su peinado matinal para poder leer la carta antes que nada, quizás la recibiese mientras se arreglaba. Hay que decir que en los cuadros de Vermeer no sabes realmente lo que está pasando, del mismo modo que apenas sabemos gran cosa de su vida.
Hay en el cuadro una ausencia, representada de alguna manera por las sillas vacías y la carta de alguien que está en otra parte. El mapa en la que se enmarca su cabeza, tanto espacialmente como por color, no sólo alude al espacio ahí fuera en el mundo sino al interior mismo de la muchacha, de sus emociones y pensamientos. Por lo que yo sé se trata de un mapa de Holanda.
A Vermeer le gustaba pintar mujeres. Los tipos que salen no dan una gran impresión y quedan un poco al margen de lo que se cuenta, como si estuvieran de paso. La muchacha de azul forma parte del espacio y de las cosas de esa casa, está envuelta de las sillas y la mesa y sus cosas, las paredes y el mapa.
La modelo comparte las mismas facciones y el mismo labio superior inconfundible que vemos en el rostro de La Joven de la perla. De alguna manera los dos cuadros están emparentados. El pañuelo sobre la mesa parece el mismo que corona la cabecita de La joven de la perla: en éste también aparecen perlas sobre la mesa, y en ambos casos el azul ultramarino tiene un papel principal.
Resulta interesante la trama detrás de lo que vemos: un cofre abierto, un collar de perlas sobre la mesa junto a otro folio, un pañuelo, un embarazo que dicho sea de paso es un motivo muy raro en la pintura de cualquier época, y la expresión de interés íntimo en la lectura. El sol da de pleno y podría ser por la mañana: la luz entra mientras ella lee la carta. La muchacha parece también haber interrumpido su peinado matinal para poder leer la carta antes que nada, quizás la recibiese mientras se arreglaba. Hay que decir que en los cuadros de Vermeer no sabes realmente lo que está pasando, del mismo modo que apenas sabemos gran cosa de su vida.
Hay en el cuadro una ausencia, representada de alguna manera por las sillas vacías y la carta de alguien que está en otra parte. El mapa en la que se enmarca su cabeza, tanto espacialmente como por color, no sólo alude al espacio ahí fuera en el mundo sino al interior mismo de la muchacha, de sus emociones y pensamientos. Por lo que yo sé se trata de un mapa de Holanda.
A Vermeer le gustaba pintar mujeres. Los tipos que salen no dan una gran impresión y quedan un poco al margen de lo que se cuenta, como si estuvieran de paso. La muchacha de azul forma parte del espacio y de las cosas de esa casa, está envuelta de las sillas y la mesa y sus cosas, las paredes y el mapa.
La modelo comparte las mismas facciones y el mismo labio superior inconfundible que vemos en el rostro de La Joven de la perla. De alguna manera los dos cuadros están emparentados. El pañuelo sobre la mesa parece el mismo que corona la cabecita de La joven de la perla: en éste también aparecen perlas sobre la mesa, y en ambos casos el azul ultramarino tiene un papel principal.
Óleo sobre tela, 46,6 cm × 39,1 cm