Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas apenas hablan del encuentro entre Jesús y Pilatos, es el de Juan el que entra más en detalle. El apócrifo de Nicodemo conocido como Acta Pilati gira en torno de ese episodio y añade aspectos que no salen en los cuatro evangelios canónicos.
Los jerarcas de la iglesia judía llevan a Jesús ante Pilatos para deshacerse de él. Carecían de poder para ajusticiarlo y no sabían cómo hacerlo. Tampoco querían volverse impopulares entre los muchos simpatizantes que el de Nazaret se había ganado con sus palabras y sus metáforas. De manera que deciden acusarlo por hacerse pasar por Rey de los judíos, que además de ser una blasfemia contra la ley de Moisés era también un insulto y acto de rebelión contra Roma y el Emperador, castigado con pena de muerte.
Pilatos es el prefecto del imperio en una tierra complicada, su mentalidad romana no encaja con aquel mundo antiguo y hermético en el que cualquier decisión trae consigo nuevos e interminables problemas y conflictos. Sin embargo resulta efectivo en su trabajo y Roma lo mantiene muchos años allí. No ve clara la acusación, así que va y directamente le pregunta a Jesús si es realmente él el Rey de los judíos. En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se limita a contestar: “Tú lo dices, no yo”. A Pilatos le extraña esa contestación y le pregunta de nuevo: “¿Te das cuenta de todo lo que están diciendo de ti y la gravedad de la acusación?” Pero Jesús no responde.
En el de Juan se enfoca el diálogo desde otro ángulo. Primero le pregunta a Pilatos si juzga por sí mismo y por lo que ve, o bien por lo que le dicen los demás; luego le explica que su reino no es de este mundo, y que si realmente lo fuera tendría entonces un ejército que pelearía por él. Pilatos le vuelve a preguntar si es un rey, y Jesús responde que ha venido a dar testimonio de la verdad y que quien es de la verdad escucha su voz. En ese momento Pilatos le pregunta con escepticismo sin esperar contestación: “¿Y qué es la verdad?” Queda sin respuesta en el evangelio de Juan pero no en el de Nicodemo: más o menos Jesús le replica que la verdad está en el cielo, y que quienes la manifiestan aquí abajo son juzgados de manera tan arbitraria por los que tienen el poder sobre la tierra.
Pilatos debe ver a Jesús como un hombre extraño y de difícil comprensión, como de otro mundo, en medio de una controversia que tanto le da. No ve ningún crimen contra ninguna ley. Incluso su propia esposa le envía un mensaje para avisarle de unos sueños premonitorios que había tenido la pasada noche, y pedirle que no se mezcle en el linchamiento. Sin embargo no sabe cómo evitar su sacrificio sin que suceda un desorden mayor. Manda azotar severamente a Jesús intentando que sólo se quede en eso el castigo, pero no es aceptado y la acusación sigue pidiendo la crucifixión. No hay manera de razonar y se ha quedado sin opciones: dice no querer saber nada más del asunto y lidia la presión popular dejando libre a Barrabás, preso en la última insurrección por asesinato, para dictar seguidamente la sentencia de muerte de Jesús en medio de semejante locura colectiva.
Mientras colocan en la cruz el letrero con el crimen del que se le acusa: “Jesús, rey de los judíos”, los sacerdotes le piden a Pilatos que rectifique la frase porque no es que se trate realmente del rey de los judíos, sino que se hace pasar por él. Pero Pilatos les dice con autoridad que ya está escrito y que se queda como está.
Pilatos fue destituido de manera muy arbitraria pocos años después por el gobernador de Siria después de aplacar por la fuerza una rebelión armada, y volvió a Roma. Sejano lo había puesto en el cargo y ya había sido asesinado. Tiberio, que era quien le protegía, murió antes de que llegara. Empezaba el tiempo de Calígula.
Los jerarcas de la iglesia judía llevan a Jesús ante Pilatos para deshacerse de él. Carecían de poder para ajusticiarlo y no sabían cómo hacerlo. Tampoco querían volverse impopulares entre los muchos simpatizantes que el de Nazaret se había ganado con sus palabras y sus metáforas. De manera que deciden acusarlo por hacerse pasar por Rey de los judíos, que además de ser una blasfemia contra la ley de Moisés era también un insulto y acto de rebelión contra Roma y el Emperador, castigado con pena de muerte.
Pilatos es el prefecto del imperio en una tierra complicada, su mentalidad romana no encaja con aquel mundo antiguo y hermético en el que cualquier decisión trae consigo nuevos e interminables problemas y conflictos. Sin embargo resulta efectivo en su trabajo y Roma lo mantiene muchos años allí. No ve clara la acusación, así que va y directamente le pregunta a Jesús si es realmente él el Rey de los judíos. En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se limita a contestar: “Tú lo dices, no yo”. A Pilatos le extraña esa contestación y le pregunta de nuevo: “¿Te das cuenta de todo lo que están diciendo de ti y la gravedad de la acusación?” Pero Jesús no responde.
En el de Juan se enfoca el diálogo desde otro ángulo. Primero le pregunta a Pilatos si juzga por sí mismo y por lo que ve, o bien por lo que le dicen los demás; luego le explica que su reino no es de este mundo, y que si realmente lo fuera tendría entonces un ejército que pelearía por él. Pilatos le vuelve a preguntar si es un rey, y Jesús responde que ha venido a dar testimonio de la verdad y que quien es de la verdad escucha su voz. En ese momento Pilatos le pregunta con escepticismo sin esperar contestación: “¿Y qué es la verdad?” Queda sin respuesta en el evangelio de Juan pero no en el de Nicodemo: más o menos Jesús le replica que la verdad está en el cielo, y que quienes la manifiestan aquí abajo son juzgados de manera tan arbitraria por los que tienen el poder sobre la tierra.
Pilatos debe ver a Jesús como un hombre extraño y de difícil comprensión, como de otro mundo, en medio de una controversia que tanto le da. No ve ningún crimen contra ninguna ley. Incluso su propia esposa le envía un mensaje para avisarle de unos sueños premonitorios que había tenido la pasada noche, y pedirle que no se mezcle en el linchamiento. Sin embargo no sabe cómo evitar su sacrificio sin que suceda un desorden mayor. Manda azotar severamente a Jesús intentando que sólo se quede en eso el castigo, pero no es aceptado y la acusación sigue pidiendo la crucifixión. No hay manera de razonar y se ha quedado sin opciones: dice no querer saber nada más del asunto y lidia la presión popular dejando libre a Barrabás, preso en la última insurrección por asesinato, para dictar seguidamente la sentencia de muerte de Jesús en medio de semejante locura colectiva.
Mientras colocan en la cruz el letrero con el crimen del que se le acusa: “Jesús, rey de los judíos”, los sacerdotes le piden a Pilatos que rectifique la frase porque no es que se trate realmente del rey de los judíos, sino que se hace pasar por él. Pero Pilatos les dice con autoridad que ya está escrito y que se queda como está.
Pilatos fue destituido de manera muy arbitraria pocos años después por el gobernador de Siria después de aplacar por la fuerza una rebelión armada, y volvió a Roma. Sejano lo había puesto en el cargo y ya había sido asesinado. Tiberio, que era quien le protegía, murió antes de que llegara. Empezaba el tiempo de Calígula.