El checo Niemetschek, que fue el primer biógrafo de Mozart y lo conoció en Praga, dijo que no había nada especial en su físico: era pequeño y su semblante, a excepción de sus ojos grandes e intensos, no llamaba la atención. El tenor irlandés Michael Kelly, que llegó a ser amigo de Mozart y participó en el estreno de Las Bodas de Fígaro, lo recordó años después en sus memorias: un hombre remarcablemente pequeño, delgado y con abundante pelo fino y rubio, del cual estaba muy orgulloso; le asombraba la agilidad de su mano izquierda cuando tocaba el pianoforte; y recuerda que le gustaba bailar, jugar al billar y también beber. El compositor Hummel, que aprendió de niño con él, lo recordaba de pequeña estatura y pálido, de rasgos agradables y amistosos, ojos grandes y azules y una cierta melancolía de fondo; también dice que en su círculo de amigos podía resultar muy divertido e ingenioso, e incluso burlón. “El señor Mozart es un hombre pequeño, de figura agradable; llevaba un traje de satén azul marino, ricamente bordado”, anotó el conde von Bentheim-Steinfurt en su diario durante los días de la coronación de Leopoldo II en Frankfurt.
“Mientras le estaba arreglando el pelo a Mozart una mañana, justo en el momento en que estaba terminando de hacerle la coleta, de repente Mozart se levantó de un salto y, a pesar de que yo seguía con su coleta entre las manos, se dirigió a la habitación contigua, arrastrándome tras de sí, y empezó a tocar el piano. Admirado ante su forma de tocar y ante la hermosa tonalidad del instrumento -era la primera vez que escuchaba un piano como aquél-, solté la coleta y no terminé de peinarle hasta que se levantó. Un día, cuando yo estaba doblando la esquina desde la Kärtnerstrasse hacia la Himmelpfortgasse para acudir al servicio de Mozart, llegó él a caballo, se detuvo y, mientras avanzaba unos pasos, sacó un cuaderno pequeño del bolsillo y se puso a escribir música. Volví a hablarle, preguntándole si podía recibirme, y me dijo que sí.”
Según Constanze, su marido tenía voz de tenor y normalmente hablaba de manera suave y delicada.
Su cuñada Sophie, que cuidó de él junto a Constanze en sus últimos días, nos ha dejado la siguiente impresión:
“Siempre estaba de buen humor, pero incluso en sus mejores momentos siempre parecía estar pensando en algo distinto, mirándote de manera penetrante a los ojos. Cuando valoraba una respuesta a cualquier pregunta que le hicieras, fuese alegre o triste, parecía ausente y ocupado en pensamientos lejanos. Después de lavarse las manos al levantarse por las mañanas, caminaba arriba y abajo por la habitación sin parar quieto, dándose golpecitos con un talón contra el otro mientas estaba concentrado pensando en sus cosas.
Cuando comía cogía un extremo de la servilleta, la arrugaba con fuerza hacia arriba, se frotaba su labio superior; y sin darse cuenta de sus actos reflejos, con frecuencia hacía muecas con la boca mientras tanto. En momentos de ocio siempre se entretenía con las últimas modas, fueran relativas a la equitación o los billares. Para mantenerlo alejado de las malas compañías, su mujer pacientemente lo compartía todo con él. Por otra parte sus manos y pies estaban en constante movimiento, y siempre jugueteaba con algo, su sombrero, sus bolsillos, la cadena del reloj, mesas, sillas… Como si estuviera tocando el piano.”
También resulta interesante la narración que nos ha llegado acerca de la visita de Mozart a Dora Stock durante su estancia en Dresde en 1789, momento en que la pintora realizó su retrato de perfil con punta de plata. Los dos se cayeron bien en cuanto se conocieron, y ella lo invitó a cenar en su casa. Mozart se sentó al piano y empezó a improvisar, como siempre concentrado en lo que estaba sonando y sus posibilidades, al tiempo que los criados iban poniendo la mesa en la habitación contigua. Mientras se enfriaba la sopa y el asado empezaba a quemarse en el horno, él seguía tocando ausente del resto del mundo. Dora le preguntó si querría unirse a la cena con los demás, pero él siguió concentrado al piano: “ Y así disfrutamos de la excepcional música de Mozart acompañándonos en la comida”, termina diciendo.
El literato alemán Ludwig Tieck nos ha contado cómo conoció a Mozart durante sus viajes por Alemania en 1789. Una tarde entrando en el teatro todavía débilmente iluminado y vacío antes del comienzo de una representación, se fijó en un hombre situado en el foso de la orquesta a quien no conocía. Era pequeño, de movimientos rápidos, agitado y con una expresión estúpida en su cara: iba de un atril a otro con su abrigo gris revisando cuidadosamente la música escrita en las partituras. Ludwig por fin entabló conversación con el extraño: hablaron de la orquesta, del teatro, de la ópera y del gusto del público; y entonces le manifestó abiertamente su admiración por las obras de Mozart. Siguieron charlando y cuando el público empezó a entrar en el teatro, se despidieron. Movido por la curiosidad averiguó después acerca de aquel personaje aparentemente tan poco atractivo, que resultó ser el mismo Mozart.
El siguiente retrato estuvo olvidado en el Museo de Berlín hasta que en el 2005 salió a la luz como el último retrato de Mozart, pintado en 1790 en Munich por Johann Georg Edlinger, de vuelta de su decepcionante viaje para asistir a la coronación de Leopoldo II como “Santo Emperador Romano de la Nación Germana”, en Francfort el 9 de octubre. José II había muerto en febrero de ese mismo año y su hermano Leopoldo no tenía el mismo interés por la música, y se centró para empezar en solucionar unos cuantos problemas que habían surgido con sus vecinos. Mozart participó con un par de conciertos para piano en esa coronación, pero volvió como quien dice a Viena con las manos vacías en un momento en el que las deudas le acuciaban más que nunca.
Respecto del controvertido retrato de Edlinger, que se ha llegado a tachar por algunos críticos como una falsificación, lo único que puedo decir es que la semejanza con los rasgos que vemos en otros retratos es más que evidente. Lo que choca es lo cascado que se lo ve a los 35 años, y en definitiva lo distinto que aparece a como uno se lo imagina: lleno de su legendaria energía creativa que hoy día sigue asombrando. Y sin embargo, es posible que esa energía también lo consumiese de una manera acelerada.
Se trata de un retrato excepcional que consigue expresar la simultaneidad, como si fuese un conjunto en una de las óperas de Mozart, de las distintas voces y sensaciones encontradas que discurrían por dentro del retratado.
1. Retrato póstumo, óleo, Barbara Kraft, 1819.
2. Retrato en relieve en diversos materiales (sobre madera en este caso) según el molde de Leonard Posch, 1789.
3. Retrato de su cuñado Joseph Lange, óleo, 1782/1783. El retrato preferido de Constanze.
4. Retrato en Verona, óleo, Saverio dalla Rosa, 1770.
5. Medallón también basado en el molde de Posch perdido después de la 2ª Guerra Mundial. Según su hijo Karl, de un parecido remarcable.
6. El llamado retrato de Bolonia, copia de 1777 de otro previo que se perdió. Óleo. Según Leopold Mozart, el parecido con Wolfgang era perfecto.
7. Retrato de Dora Stock, dibujo con punta de plata, 1789.
8. Detalle del retrato de la familia Mozart de Della Croce, 1780/1781. Óleo.
Resulta graciosa la anécdota que nos dejó su peluquero:
“Mientras le estaba arreglando el pelo a Mozart una mañana, justo en el momento en que estaba terminando de hacerle la coleta, de repente Mozart se levantó de un salto y, a pesar de que yo seguía con su coleta entre las manos, se dirigió a la habitación contigua, arrastrándome tras de sí, y empezó a tocar el piano. Admirado ante su forma de tocar y ante la hermosa tonalidad del instrumento -era la primera vez que escuchaba un piano como aquél-, solté la coleta y no terminé de peinarle hasta que se levantó. Un día, cuando yo estaba doblando la esquina desde la Kärtnerstrasse hacia la Himmelpfortgasse para acudir al servicio de Mozart, llegó él a caballo, se detuvo y, mientras avanzaba unos pasos, sacó un cuaderno pequeño del bolsillo y se puso a escribir música. Volví a hablarle, preguntándole si podía recibirme, y me dijo que sí.”
Según Constanze, su marido tenía voz de tenor y normalmente hablaba de manera suave y delicada.
Su cuñada Sophie, que cuidó de él junto a Constanze en sus últimos días, nos ha dejado la siguiente impresión:
“Siempre estaba de buen humor, pero incluso en sus mejores momentos siempre parecía estar pensando en algo distinto, mirándote de manera penetrante a los ojos. Cuando valoraba una respuesta a cualquier pregunta que le hicieras, fuese alegre o triste, parecía ausente y ocupado en pensamientos lejanos. Después de lavarse las manos al levantarse por las mañanas, caminaba arriba y abajo por la habitación sin parar quieto, dándose golpecitos con un talón contra el otro mientas estaba concentrado pensando en sus cosas.
Cuando comía cogía un extremo de la servilleta, la arrugaba con fuerza hacia arriba, se frotaba su labio superior; y sin darse cuenta de sus actos reflejos, con frecuencia hacía muecas con la boca mientras tanto. En momentos de ocio siempre se entretenía con las últimas modas, fueran relativas a la equitación o los billares. Para mantenerlo alejado de las malas compañías, su mujer pacientemente lo compartía todo con él. Por otra parte sus manos y pies estaban en constante movimiento, y siempre jugueteaba con algo, su sombrero, sus bolsillos, la cadena del reloj, mesas, sillas… Como si estuviera tocando el piano.”
También resulta interesante la narración que nos ha llegado acerca de la visita de Mozart a Dora Stock durante su estancia en Dresde en 1789, momento en que la pintora realizó su retrato de perfil con punta de plata. Los dos se cayeron bien en cuanto se conocieron, y ella lo invitó a cenar en su casa. Mozart se sentó al piano y empezó a improvisar, como siempre concentrado en lo que estaba sonando y sus posibilidades, al tiempo que los criados iban poniendo la mesa en la habitación contigua. Mientras se enfriaba la sopa y el asado empezaba a quemarse en el horno, él seguía tocando ausente del resto del mundo. Dora le preguntó si querría unirse a la cena con los demás, pero él siguió concentrado al piano: “ Y así disfrutamos de la excepcional música de Mozart acompañándonos en la comida”, termina diciendo.
El literato alemán Ludwig Tieck nos ha contado cómo conoció a Mozart durante sus viajes por Alemania en 1789. Una tarde entrando en el teatro todavía débilmente iluminado y vacío antes del comienzo de una representación, se fijó en un hombre situado en el foso de la orquesta a quien no conocía. Era pequeño, de movimientos rápidos, agitado y con una expresión estúpida en su cara: iba de un atril a otro con su abrigo gris revisando cuidadosamente la música escrita en las partituras. Ludwig por fin entabló conversación con el extraño: hablaron de la orquesta, del teatro, de la ópera y del gusto del público; y entonces le manifestó abiertamente su admiración por las obras de Mozart. Siguieron charlando y cuando el público empezó a entrar en el teatro, se despidieron. Movido por la curiosidad averiguó después acerca de aquel personaje aparentemente tan poco atractivo, que resultó ser el mismo Mozart.
El siguiente retrato estuvo olvidado en el Museo de Berlín hasta que en el 2005 salió a la luz como el último retrato de Mozart, pintado en 1790 en Munich por Johann Georg Edlinger, de vuelta de su decepcionante viaje para asistir a la coronación de Leopoldo II como “Santo Emperador Romano de la Nación Germana”, en Francfort el 9 de octubre. José II había muerto en febrero de ese mismo año y su hermano Leopoldo no tenía el mismo interés por la música, y se centró para empezar en solucionar unos cuantos problemas que habían surgido con sus vecinos. Mozart participó con un par de conciertos para piano en esa coronación, pero volvió como quien dice a Viena con las manos vacías en un momento en el que las deudas le acuciaban más que nunca.
Leopoldo II se fue después deshaciendo de los personajes que habían estado ocupado cargos musicales en la corte de su hermano. No puede decirse que Mozart fuese víctima de esta limpieza, siguió conservando su pequeño cargo que apenas le proporcionaba ingresos y por las circunstancias de aquel año, con la clausura obligada de teatros por el luto de la muerte de José II, apenas pudo participar en la vida musical de Viena. Por sorprendente que parezca, en ese año 1790 apenas compuso una escasa decena de piezas por lo demás de poca relevancia, que contrasta con la explosión creativa de su último año.
Respecto del controvertido retrato de Edlinger, que se ha llegado a tachar por algunos críticos como una falsificación, lo único que puedo decir es que la semejanza con los rasgos que vemos en otros retratos es más que evidente. Lo que choca es lo cascado que se lo ve a los 35 años, y en definitiva lo distinto que aparece a como uno se lo imagina: lleno de su legendaria energía creativa que hoy día sigue asombrando. Y sin embargo, es posible que esa energía también lo consumiese de una manera acelerada.
No lleva peluca, tal como nos ilustró su peluquero y vemos en otros retratos, y su cabello rubio se le ha vuelto gris. A pesar de ir elegantemente vestido, se adivina el característico descuido de una persona distraída. Hay una cierta reserva del que, como comentó Ludwig, no expresa todo lo que piensa. En su mano izquierda, que más arriba nos ha recordado Kelly, se adivina algún tipo de actividad en sus dedos, y nos hace pensar en los comentarios de Sophie. A excepción de su metro y cincuenta y pico cms de altura, que no podemos comprobar, todo lo demás no se contradice con las descripciones que conocemos. Su buen humor, que fue el sello de su vida según Constanze, resulta evidente: pero también se percibe una cierta ausencia en su pensamiento, e incluso algo roto por dentro. Mozart era muchos a la vez y no podemos mirarlo de una manera unívoca: no estaba simplemente alegre o triste, sino alegre y triste a un mismo tiempo con todos los matices y transiciones. Las tristezas en la música de Mozart resultan perfectamente naturales, no aparecen de la nada sino que siempre han estado ahí de fondo junto con todo lo demás. A diferencia de otros compositores, él se metió como ningún otro en su música, y en cierto sentido puede decirse que la escribía en primera persona, y así lo sentimos más próximo que a Haydn o Beethoven, por poner 2 de los ejemplos más notables de aquellos tiempos.
Se trata de un retrato excepcional que consigue expresar la simultaneidad, como si fuese un conjunto en una de las óperas de Mozart, de las distintas voces y sensaciones encontradas que discurrían por dentro del retratado.
A continuación los principales retratos de Mozart que se conservan.
2. Retrato en relieve en diversos materiales (sobre madera en este caso) según el molde de Leonard Posch, 1789.
3. Retrato de su cuñado Joseph Lange, óleo, 1782/1783. El retrato preferido de Constanze.
4. Retrato en Verona, óleo, Saverio dalla Rosa, 1770.
5. Medallón también basado en el molde de Posch perdido después de la 2ª Guerra Mundial. Según su hijo Karl, de un parecido remarcable.
6. El llamado retrato de Bolonia, copia de 1777 de otro previo que se perdió. Óleo. Según Leopold Mozart, el parecido con Wolfgang era perfecto.
7. Retrato de Dora Stock, dibujo con punta de plata, 1789.
8. Detalle del retrato de la familia Mozart de Della Croce, 1780/1781. Óleo.
Los últimos retratos de Mozart:
Semejanzas en los rostros de 4 retratos a lo largo de los años. Su ojo izquierdo parece mayor que el derecho:
Las manos de Mozart al teclado, levemente levantadas dejando caer los dedos para golpear las teclas con stacatto; y detalle final de la izquierda en el retrato de Edlinger encogiendo el medio que conecta con el primero del retrato de Verona:
Semejanzas entre los rostros de los Mozart: da la impresión de que el de Wolfgang se parezca más a la madre, y el de su hermana Nannerl al padre:
El retrato de Edlinger tiene derecho a considerarse como el mejor retrato del último Mozart. Pero por muy bueno que sea, como todos los demás retratos no deja de ser más que un reflejo del envoltorio de lo que Mozart fue, y que expresó con amplitud y profundidad con su música: no fue solamente un simple individuo con un nombre y una determinada apariencia, sino un ser humano con una vasta realidad de fondo de enorme complejidad. Fue como cualquiera de nosotros, y quizás por esa misma razón uno se queda enganchado al escuchar su música.