No sabemos gran cosa acerca de la personalidad de Antonio Vivaldi (1678-1741). Nos han llegado unos pocos testimonios de gente que trató directamente con él; son interesantes pero no resultan muy reveladores. En algunas cartas que se conservan escritas por el propio Vivaldi, más que mostrarse parece querer ocultarse detrás de sus palabras. Disponemos asimismo de cierta información acerca de su familia y algunos conocidos, de sus viajes, las casas en las que vivió, también de sus diversos empleos como músico y una imagen de cómo era la sociedad veneciana de aquel tiempo. Pero todo junto no da para hacer una biografía y nos tenemos que imaginar su vida a partir de conjeturas. Tenemos la nota que se publicó en los Commemoriali Gradenigo —un memorial que se hacía eco de las noticias relativas a las instituciones y personalidades venecianas de la época—, informando sobre el deceso del Prete Rosso: “En un tiempo, había ganado más de 50.000 ducados; pero su prodigalidad desordenada lo hizo morir pobre en Viena”. La noticia fecha erróneamente el año de la muerte de Vivaldi, y como epitafio resulta sentencioso y a decir verdad bastante lamentable.
Después de su muerte, su música pasó desapercibida y tan solo se interpretaba en público una mínima parte. En el siglo XX descubrieron por casualidad cantidad de composiciones suyas perdidas hasta entonces en viejos archivos extraviados, que dieron una nueva dimensión a la extraordinaria música del Cura Pelirrojo. Pero Vivaldi mismo seguía siendo una incógnita.
Los retratos que nos han llegado ayudan a conocer un poco mejor al personaje. Empecemos por el grabado de Morellon de la Cave (a la izquierda), que ilustraba la publicación en Ámsterdam de Il cimento dell'armonia e dell'inventione en 1725. No sabemos si llegó a posar para él o si se trata de una copia de algún otro retrato. Sin embargo, es prácticamente seguro que sí posó para la caricatura que le hizo Ghezzin en 1723 (a la derecha). En ambos casos parece un tipo con chispa, con tendencia a sonreír hacia la derecha y de mirada inteligente.
El retrato anónimo de Bolonia hace pensar en Vivaldi, pese a no haber ninguna documentación que lo relacione.
Guarda una evidente semejanza con el grabado de Ámsterdam en la indumentaria, la pose y los rasgos. Según Goldoni, era más conocido por su mote, Il Prete Rosso (el Cura Pelirrojo) —tal como anota Ghezzin en su leyenda—, que por su nombre real; por lo que es posible que el protagonismo que adquiere el color rojo en el cuadro tenga que ver con ese apodo. En cuanto a la nariz, tal como está pintada, coincide en su estructura con la que vemos de perfil en la caricatura de Ghezzin. En ambos casos se puede apreciar la misma línea que separa el pómulo derecho de la base de la nariz; la forma y altura de la frente son calcadas; la barbilla, en la que se adivina un hoyuelo, es muy parecida; y el labio superior sobresale con una expresión similar en los dos retratos. Incluso la mirada, con los párpados un poco caídos y los ojos notablemente separados —que se adivina en el perfil que dibujó Ghezzin por el espacio que media entre el ojo y la base de la nariz— parece la misma.
Y un detalle común en los tres retratos: en ninguno parece un cura. De manera que si consideramos además que el óleo sobre tela se corresponde a aquella época y lugar, y que alguien, no sé quién ni en qué momento, lo relacionó con Vivaldi, no nos costará nada admitirlo como una imagen perfectamente asociable a Antonio Lucio Vivaldi.
En el cuento que sigue a continuación, al que hemos querido darle un aire de pieza teatral, nos hemos imaginado a Vivaldi en la Venecia de mil setecientos veintitantos. La mayor parte de las cosas que se cuentan proceden de informaciones documentadas, pero se han combinado en forma de ficción. El resultado no es verdad ni tampoco mentira, sino más bien todo lo contrario.