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miércoles, 12 de octubre de 2016

Buscando a Giorgione 6: "Un tableau de Georgeon".


La última vez que vi este cuadro en el Louvre la gente se apelotonaba al otro lado del tabique en el que está colgado para ver La Gioconda: el llamado Concierto Campestre quedaba detrás, aislado en un espacio mal iluminado y con los reflejos molestos de una ventana al lado, sin apenas nadie que lo contemplara y con la indicación de Tiziano como su autor.

Óleo sobre tela, 105 x 137 cms
El cuadro fue adquirido en 1671 para la colección de Luis XIV e inventariado como “Un tableau de Georgeon qui réprésente une Pastoralle”. En 1886 una serie de expertos lo atribuyeron Tiziano, y desde entonces se ha aceptado en general como cosa de Tiziano. No es creíble que el joven Tiziano pudiese concebir y pintar semejante cuadro en 1509, basta compararlo con lo que se considera como obra suya por aquellas fechas. Tampoco es su mundo, Tiziano pintaba otras cosas y desde luego no de esta complejidad. Resulta chocante que hoy en día un museo como el Louvre siga manteniendo a Tiziano como su autor: el óleo tiene el sello de Giorgione en todos sus aspectos.

Volvemos a ver la sucesión de fases en diagonal del paisaje que hemos visto en otros cuadros de Giorgione, creando una sensación de continuidad desde lo más próximo a lo más lejano: la vista se puede desplegar sin sobresaltos hasta el horizonte. Cada segmento de las múltiples líneas que arman esta trabajada composición tiene sus paralelas y también sus contrapesos con otros segmentos que van en otra dirección. Podríamos decir que esas repeticiones y paralelismos dan ritmo al cuadro.

El paisaje se asemeja al de la Venus de Dresde, y de nuevo vemos desnudos femeninos sobre la hierba en el medio de la campiña:



Otra vez una casa grande que recibe la luz en su parte alta corona el paisaje. Más lejos se adivina una torre.


Lo mismo que en La Tempesta, vemos un elemento arquitectónico fuera de contexto en el bosque, como resulta ser esa especie de pozo en el que la muchacha se apoya y mira con la jarra inclinada: el líquido conecta en diagonal con el agua del arroyo que vemos discurrir más atrás, y su sexo visible se cruza en el medio.


No sabemos que está haciendo realmente la muchacha con la jarra: tal vez esté vertiendo el líquido, o puede que acabe de llenarla con lo que contenga: quizás sea la esencia que estimule la imaginación y creatividad del músico.

También como en La Tempesta, el rojo del vestuario del muchacho con laúd destaca en un paisaje repleto de tonalidades verdes con un cielo lleno de matices que genera luces y sombras, y a su vez lo aísla de todo lo demás para darle una realidad distinta. La luz que reciben las figuras no proceden del paisaje, sino que lo mismo que en la Pala de Castelfranco o la Venus de Dresde mezcla un interior con un exterior.


Volvemos a ver un tronco cortado por la composición como en la Judith del Hermitage. La figura femenina debajo parece haber sido corregida en su posición. Seguramente el tronco por debajo de su cabeza también. Hay una coincidencia de líneas en ese punto que resulta complicada de resolver y debió haber molestado.


Los 3 instrumentos musicales forman un triángulo como si fuese un acorde:


Tenemos por un lado un pastor tocando un violín junto a su rebaño, alejado en un rincón del cuadro con un bosque de fondo. Tenemos también a dos muchachos vestidos de ciudad sentados en la hierba en plena campiña, uno tocando el laúd y el otro atento a lo que suena. Después tenemos a dos mujeres desnudas con unas sábanas liadas entre sus piernas que los acompañan de una manera extraña, una distraída con la jarra y la otra acompañando con una flauta. Una casa grande corona una colina y más al fondo parecen adivinarse otras construcciones aisladas e integradas en un paisaje que parece ser el marco de todo.


Es como si hubiese unido en un mismo espacio cosas que podrían estar sucediendo en lugares e incluso tiempos distintos: 3 mundos que pertenecen a distintos órdenes coexisten en el cuadro con un paisaje exuberante de vida que parece tener también un significado propio.

Poniendo en orden todo lo que vemos, podríamos decir que Giorgione se propuso pintar la naturaleza misma de la música: una canción con el laúd podría estar surgiendo del diálogo entre los dos muchachos, ubicados en el centro mismo del cuadro como principales protagonistas; las dos muchachas desnudas los acompañarían como una inspiración y un estímulo; y el pastor que forma parte del paisaje con su música más sencilla y su rebaño, serviría de conexión con el arte más elaborado de los 2 jóvenes cultivados.

La música está emparentada con la pintura, lo prueba un vocabulario común: en ambos casos hablamos de armonía, ritmo, colorido, tonalidad, textura, etc. No cuesta nada asociar la figura central de rojo con Giorgione, pintor y músico que se acompañaba de su laúd para cantar en las fiestas de la sociedad veneciana.


El Concierto fue seguramente el encargo de algún particular con gustos propios. El tema se aleja de cualquier motivo convencional y tiene sus pequeños e ingeniosos detalles eróticos que vemos en otros cuadros de Giorgione: por un lado la muchacha con la flauta, y por otro la mano del muchacho de rojo junto a ella tocando cuidadosamente el laúd. La relación entre los dos sexos está en el fondo de la intención musical.


Resultaría interesante identificar el paisaje al fondo:


Un detalle del paisaje que se pierde en la lejanía y su sfumato, en contraposición al arbolito más próximo que crece con la música de fondo en este cuadro. El arte tiene a la naturaleza detrás, pero también la crea y nos la muestra.



La felicidad de un acorde con el elegante sonido del laúd parece estar detrás de todo esto:

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