Catalina la Grande adquirió la mayor parte de la colección Crozat por medio de Diderot en 1772: incluía obras de Rubens, van Dyck, Watteau, Rembrandt, los hermanos Le Nain, Claude Lorrain, Chardin y Tiziano entre otros, junto con la extraordinaria Judith con la cabeza de Holofernes a sus pies atribuido a Rafael, siguiendo la información de un grabado que lo mencionaba como autor. Algunas características hacen pensar en el pintor de Urbino: el protagonismo de la figura en la composición contra una línea del horizonte a media altura y un cielo despejado detrás, el aire de serenidad de la muchacha con la cabeza inclinada o su imagen de feminidad. Sin embargo el tema resulta extraño a su mundo, lo mismo que el acusado erotismo que envuelve la escena:
Rafael no pintaba este tipo de figuras de cuerpo entero y tampoco se pueden ver los ojos de ella como en sus Madonnas, y el sfumato en el paisaje azul al fondo no parece de él.
En un inventario del Hermitage de 1864 se atribuyó a Moretto de Brescia.
Pierre-Jean Mariette escribió, mientras trabajaba en 1729 recopilando información para la colección Crozat, que la tabla tenía el aire del maestro de Castelfranco y que era una opinión compartida por varios expertos. En 1860 Daniel Penther del museo de Viena fue el primero en atribuirlo sin dudar a Giorgione; el coleccionista K. E. von Lipharty lo hizo en 1866; y en 1880 Richter volvió a identificar a Giorgione como el autor en una carta que envió al especialista Morelli, quien después de ver la foto lo corroboró. Desde entonces se ha aceptado sin discusión la autoría de Giorgione, basándose no en documentos que lo relacionen directamente sino por la observación del tema y la técnica. Quizás también por eliminación: ¿qué otro pintor veneciano podría haberlo pintado?
El cuadro había sido maltratado a lo largo del tiempo, barnizado y repintado. Se trasladó del panel en el que estaba cuidadosamente a una tela y una estupenda restauración del Hermitage en 1968 que duró 3 años le dio un nuevo aspecto y mostró cosas que hasta entonces no se podían ver.
Judith, óleo sobre tela 144 x 68 cm. |
Se trata de una especie de juego amoroso en el que vence la belleza de ella. El cuadro no irradia violencia, ni miedo ni odio, sino la calma y el ambiente poético que fueron el sello de los cuadros de Giorgione.
Se trata de un encargo muy particular y seguramente contiene detalles personalizados: tal vez el broche, algún tejido o la misma espada, y desde luego la ciudad de Trieste al fondo.
El tronco cortado por el hacha en la Venus tiene su paralelismo con el tronco cortado por la composición, y en ambos casos transmite una cierta idea de abrupta finitud y de muerte. Los rasgos de lo dos rostros parecen también proceder de la misma modelo:
Y en ambos casos vemos esas pequeñas flores entre el follaje del suelo.
Sin embargo las hojas de la hierba son considerablemente más largas que en otros cuadros de Giorgione. Y el paisaje se estructura en fases básicamente paralelas a diferencia de sus otros cuadros en los que lo arma con diagonales. Además la figura se contrapone en su proporción al paisaje, en lugar de integrarse naturalmente.
Debido a este tipo de detalles que lo diferencian de su obra más tardía, se ha querido datar este cuadro poco después de la Tabla de Castelfranco, pintada hacia el 1504. Quizás desde allí fuese a Padua, a menos de 40 km; y luego se dirigiese a Montagnana, a unos 50 km. En su catedral podemos ver dos frescos en los que aparece de nuevo la figura de Judith junto con la de David ambos con una cabeza cortada como trofeo:
Además de una predisposición personal que le hizo fijarse en ese tema, es muy posible que alcanzara un cierto éxito con él que le atrajera encargos como el de la Judith del Hermitage.
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