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lunes, 1 de junio de 2015

Peanuts.

Schulz se pasó la vida dibujando a Charlie Brown y el tiempo le pasó a él pero no a Charlie Brown, que seguirá siempre en esa perpetua infancia que guardaba Schulz en el fondo. Los adultos no podían en consecuencia salir en sus historias.

El tema con Charlie Brown no es que padezca un complejo de inferioridad, sino que es realmente inferior porque como todos los niños está en desventaja. Es una especie de perdedor, y sin embargo todo parece girar y estructurarse en torno de él. En las tiras de cómic y los mejores capítulos animados nunca llegas a ver a la pequeña pelirroja, seguramente porque no existe salvo en la imaginación de Charlie Brown. Por su parte, Peppermint Patty no puede admitir que le guste Charlie Brown y combina el patinaje que representa su lado más femenino con sus ganas de ser uno más en este mundo. Marcie parece ser quien mejor ve todas estas cosas detrás de sus gruesas gafas que parecen tapar sus ojos. Me gusta Linus con su lucidez, que culmina paradójicamente con la fantasiosa gran calabaza; y la disparatada locura de su hermana Sally, con sus decepciones e ilusiones indisolublemente unidas; la evasión y concentración de Schroeder tocando a Beethoven, siempre yendo a su rollo; Lucy, tan fuerte con todos y tan vulnerable al mismo tiempo con Schroeder; Pigpen con su filosófica nube de polvo procedente de las civilizaciones pasadas y del mismo cosmos; y el chico de color Franklin que resulta ser el más equilibrado.

Snoopy deambula entre el mundo de los humanos y el de los perros sin hablar, permitiéndose sus pequeñas locuras con la música de Joe Cool de fondo o en sus imaginarios combates con el Barón Rojo. Y si con Charly Brown la relación con las mujeres se complica, con Snoopy es naturalmente imposible. Descendiendo en esa escala evolutiva nos encontramos con su colega Woodstock, el más pequeño de todos. Snoopy tiene ya su casita hecha por humanos y su plato para la comida, pero Woodstock todavía necesita su nido y vive en el bosque. Sin embargo el contacto con la civilización también lo ha trastocado, y a veces se le ve volar boca abajo.

La música de Vince Guaraldi para los capítulos animados se ajusta perfectamente a este mundo infantil y poético. Los temas son simples y limpios como los dibujos. El jazz contiene ecos de injusticia que resultan coherentes con el mundo infantil que recrea Schulz, y sus armonías sofisticadas reflejan la profundidad detrás de los niños. Hay también una ligereza juvenil, alegre y vital de pop y boogie que lo airea y le quita la seriedad intelectual del adulto.

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