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sábado, 25 de marzo de 2017

Geometría de un pueblo.

Cuando sales de la ciudad y tomas una de esas autovías que cruzan las provincias y sus campos, ves pasar de largo desde el coche a veces esos pueblos que parecen de otro tiempo, e incluso como si estuvieran en otro espacio: no encajan con la modernidad de la carretera y todo lo que por ella pasa. Son pueblos apretados, incluso apiñados, a veces ubicados en la parte superior de un monte, como alejándose en lo posible del mundo exterior; o rodeados de un amplio llano vacío que contrasta con su densidad urbana. Es como si una una fuerza de la gravedad atajera hacia un centro aritmético social todas las casas y las personas.

La necesidad de compartir recursos y economizar la estructura comunitaria ejerce una fuerza centrípeta: podríamos decir que el rebaño tiene que ser compacto, pero también debe gozar de una determinada libertad de movimiento, así que esa fuerza gravitatoria debe ordenar pero no colapsar. Más allá de esos límites está lo que podríamos llamar la periferia de la normalidad, y en esa zona la vida puede resultar complicada puesto que te quedas más solo y expuesto a los accidentes y los depredadores.

De vuelta a la ciudad no te das cuenta porque cuesta más verlo, en parte porque desde dentro no hay perspectiva y resulta también demasiado grande como para poderlo ver desde fuera. Pero sucede exactamente igual.



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