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domingo, 20 de agosto de 2017

Carrer de Ferran.

El ayuntamiento de Barcelona inició después del trienio liberal de 1824 la apertura de un eje que uniese las Ramblas con la Ciudadela a través de la trama de callejuelas medievales de toda esa zona. El primer tramo iría de las Ramblas hasta el Carrer d'Avinyó, y recibió el nombre de Calle de Fernando VII. Posteriormente se derribó el convento de la Enseñanza y varias manzanas, y en 1848 llegó hasta la plaza Sant Jaume, llamada de la Constitución por entonces. Y por los arcos del pasaje Madoz se comunicaba con la Plaza Real, de manera que la calle daba por esas tres partes a los puntos más concurridos de la ciudad.

Después de la llamada década absolutista de Fernando VII que duró hasta 1833, vino un periodo liberal y la calle cambió su nombre por el de Calle Mayor del Duque de la Victoria. Pero el bombardeo sobre la ciudad desde Montjuïc ordenado por Espartero el 3 de diciembre de 1843, y seguramente su conocida frase de que a Barcelona hay que bombardearla cada 50 años, hizo que la calle recobrase el nombre del monarca Fernando VII. Con el bienio progresista en 1854 volvió a llamarse Calle del Duque de la Victoria, y cuando terminó en el 1856 de nuevo de Fernando VII. En 1910 se la dejó simplemente como Calle de Fernando, y ya después Carrer de Ferran, sin más, así de indefinido, como aludiendo a alguien con amnesia que no recuerda su apellido.

Al final se quedó con el nombre de Duque de la Victoria la calle que se abrió entre Canuda y Puertaferrisa. Recientemente se propuso en el distrito de Ciutat Vella quitarle lo de “La Victoria” para dejarla sólo como Carrer del Duc (del Duque). Pero tampoco ha dejado satisfechos a quienes deciden los nombres de las calles, y en atención a que el título de Duque no ha traído sino malas experiencias a Cataluña, se ha propuesto cambiarle el nombre enteramente para llamarla calle del Barón de Maldà, vecino de ese barrio y cronista de los S.XVIII y XIX. A la gente y tiendas de la calle no les ha gustado demasiado la idea, por las molestias inevitables de un cambio de nombre. Cuando le cambias el nombre a una calle, en cierto sentido estás cambiando también la calle. Por lo tanto, sería como si esos vecinos se tuviesen que mudar a otra calle, y hay pocas cosas más fastidiosas y penosas en este mundo que una mudanza.

En el número 28 del carrer Ferran se encuentra la llamada iglesia de Sant Jaume. Después de la masacre de judíos de El Call, se fundó en ese lugar en 1394 una cofradía de judíos conversos, posiblemente sobre una antigua sinagoga. Después de su expulsión se construyó la iglesia de la Trinidad, y en el XVI se hicieron cargo de ella los monjes trinitarios. En 1823 se derribó la iglesia de San Jaime y su parroquia se trasladó a ésta de la Trinidad, que por lo tanto pasó a llamarse de San Jaime. La fachada actual sigue siendo básicamente la del S.XIV, mientras que el resto de la iglesia ha evolucionado con el tiempo. Su altar es el antiguo altar mayor de la Catedral que se trasladó en 1970.

Los edificios se construyeron siguiendo un mismo criterio estético para dar un aire familiar a toda la calle, y una vez construida, enseguida se convirtió en la niña bonita de la ciudad, llena de fachadas elegantes y tiendas lujosas, concurrida de día y de noche, sobre todo en festivos, de gente bien y distinguida, adornada de bellas señoritas y caballeros de lo más chic, y con las chocolaterías, sastrerías, relojerías, sedas y tiendas bien expuestas y rebosantes de lujo que atraían la curiosidad del público en general. Tanto se llenaba de gente que a veces impedía el paso de los carruajes. La calle irradiaba una especie de felicidad, e ir verla era evadirse un poco. Casi como ir al cine.















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