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domingo, 4 de septiembre de 2016

Buscando a Giorgione 1: Giorgio, el pintor.


En el 2011 la especialista en historia del mundo judío veneciano Renata Segre dio inesperadamente, mientras investigaba en el Archivo del Estado de Venecia, con el inventario de los bienes que el llamado Giorgio el pintor había dejado a su muerte. El documento lo redacta, de manera apresurada y seguramente con errores, un magistrado veneciano con fecha de 14 de Marzo de 1511, y fue modificado más tarde el 13 de octubre para incluir un par de objetos más. Menciona a su padre Giorgio y la viuda de éste Alessandra, y al heredero de ella, Francesco Fisoli, que es quien solicita el inventario. No se especifica la razón de su muerte ni la fecha exacta, pero sí que murió en la isla del Lazareto Nuevo, utilizada como lugar de cuarentena y a donde trasladaban a los que habían contraído la peste.


El inventario incluye camas, sillas, una mesa, cacharros de cocina, camisas y ropa diversa con un vestido de seda de mujer, y un vestido rojo con bordes de piel de zorro que añadieron después. Todo por valor de unos 89 ducados, que no era gran cosa para la época. La ausencia de objetos relacionados con la pintura hace pensar que Giorgio el pintor tenía el estudio aparte. Estos datos no extrañan demasiado cuando pensamos en la imagen que tenemos de Giorgione a los treinta y poco años, con la mente en su pintura, su laúd y su música, sus amigos y sus amantes. Apenas debía parar en casa. Llama la atención el vestido de seda de mujer, y el de rojo forrado de piel de zorro que hace recordar inevitablemente al que aparece en el retrato llamado de Laura.


Baltasar de Castiglione menciona a Giorgio de Castelfranco junto a Rafael, Mantegna, Leonardo y Miguel Ángel, como uno de los grandes ejemplos de la pintura renacentista en El Cortesano, publicado en Venecia en 1528. Ese mismo año aparece en un inventario de la colección de Marino Grimani el nombre de Zorzon (Zorzo es el equivalente a Giorgio en el dialecto veneto).


Paolo Pino lo comenta en su Diálogo de la Pintura de 1548, y Ridolfi habla de él en sus historias de la pintura veneciana. Destaca el testimonio del coleccionista y cronista veneciano Marcantonio Michiel, coetáneo de Giorgione, quien le atribuye de manera fiable una serie de cuadros y dibujos en las notas que fue tomando de 1525 a 1533: destaca la famosa “La Tempestad”; “Los 3 filósofos”, según dice terminado por Sebastiano del Piombo; “La Venus durmiente”, acabado por Tiziano; y también los retratos “Muchacho con flecha” y “Pastor con flauta” junto a otros títulos que hacen referencia a cuadros que parecen haberse perdido con el tiempo.


La autoría de los cuadros de Giorgione ha sido estimada por la observación, estudiando documentos, rastreando las obras que han ido pasando de mano en mano durante siglos, y relacionando todo eso. A excepción del retrato de Laura y el del hombre en el museo de San Diego llamado retrato Terris, ninguno tiene su firma ni indicación expresa acerca de él. Wolfgang Eller en su estudio sobre Giorgione calcula que a mediados del XVII es perfectamente posible que circularan por ahí de 80 a 100 cuadros pintados por él, de manera que nos ha quedado una mínima parte que podamos identificar.

En el cuadro del Museo del Prado “Archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de pinturas en Bruselas” de David Teniers el joven, podemos ver una gran colección con obras de Giorgione:


Los 2 grabados siguientes fueron hechos a partir de copias de Teniers de obras de Giorgione:


Que se identifican con los siguientes óleos:


El David comparte los mismos rasgos que el muchacho con flecha y el pastor con flauta que hemos visto más arriba; sin embargo parece ser una copia no muy diestra del cuadro original perdido de Giorgione. Respecto de la Judith, está considerada en general como de Vincenzo Catena, un pintor con el que mantenía algún tipo de colaboración. Sin embargo el tema se aleja un poco de los motivos habituales de Catena y como retrato se diferencia técnicamente mucho de los otros que pintó. Es indudable que tiene cosas de Giorgione y no es descartable que su mano esté detrás de unas cuantas cosas: el rostro de la muchacha, no sólo es el mismo que vemos en La Tempesta, sino que está pintado de la misma manera:

Vasari le dedica una de sus biografías y lo compara a Leonardo. Las amenas historias de Vasari contienen un montón de información, a veces no del todo fiable. No conoció directamente a Giorgione y la imagen que le da parece un tanto idealizada: lo describe como un tipo grande e inteligente, apuesto, de familia humilde pero de muy buenas costumbres, y que se complacía en las cosas del amor y el sonido del laúd, con el que se acompañaba para cantar en reuniones de personas nobles. Dibujaba directamente sobre el lienzo con el pincel, de manera que primaba el color sobre el dibujo. Lo menciona también de pasada cuando habla de París Bondone, en la que da una idea de su buen carácter y de su talento también para enseñar, en contraposición a un Tiziano al que según cuenta le faltaba la paciencia para ello, o simplemente no le interesaba.


El de Castelfranco influyó directamente en la pintura del joven Tiziano, y el de Cadore intervino seguramente en algún cuadro de Giorgione. El extraordinario Concierto Campestre se sigue considerando en el Louvre hoy día como cosa de Tiziano, por ejemplo, aunque no es difícil ver a Giorgione en lo principal. La idea de ese cuadro no pertenece en absoluto al mundo de Tiziano, que siempre se ceñía a alguna referencia literaria, mientras que en Giorgione el tema literario era un punto de apoyo que desaparecía para representar otras cosas en otro contexto más visual: Vasari mismo reconoce que a veces no entendía nada al mirar sus cuadros.


A decir verdad los dos tenían personalidades muy distintas. Tras la muerte de Giorgione, Tiziano se convirtió en el pintor más exitoso de Venecia. Para pintar hay que saber mirar y luego resumir ordenadamente: con los años Tiziano simplificó la pincelada y evolucionó en el color adelantándose a Velázquez y Rembrandt. Trabajó incansablemente toda su vida, incluso de mayor cuando seguramente le temblaban ya las manos.


Pero si Tiziano fue uno de los pintores más reconocidos de su tiempo, Giorgione fue algo más. Apareció en la Laguna y en apenas 10 años deslumbró con su genialidad. Tiziano es ojo y pincelada, mientras que los cuadros de Giorgione, como diría Leonardo, son más bien “una cosa mental”. En la siguiente anécdota de Vasari acerca de la comparación que Giorgione hizo entre la escultura y la pintura nos damos cuenta de su ingenio como pintor, y hace pensar inevitablemente en el cubismo:

“Se cuenta que en cierta ocasión, Giorgione tuvo una discusión con algunos escultores, en la época en que Andrea Verrocchio estaba haciendo su caballo de bronce. Éstos aseguraban que la escultura era superior a la pintura pues ofrecía tan diversos aspectos de la figura, visibles si se daba vuelta alrededor de ella, mientras que la pintura sólo mostraba un aspecto de la misma. Giorgione aseveraba que en una pintura pueden verse de un solo vistazo todos los aspectos que un hombre puede presentar en varias actitudes, sin necesidad de andar en torno de ella, mientras que esto no se logra en escultura si el espectador no cambia de lugar y de punto de vista, y se ofreció a pintar una sola figura de la cual se viera el frente, el dorso y los dos perfiles. Esto dejó perplejos a sus contrincantes. Pero Giorgione resolvió el problema de este modo: pintó una figura desnuda vuelta de espaldas; a sus pies había una fuente de agua cristalina en la cual se reflejaba de frente. En un costado había un corselete bruñido, que el personaje se había quitado y en el cual se reproducía un perfil, pues el metal brillante lo reflejaba todo. Y del otro lado había un espejo que mostraba el otro perfil de la figura. Esta obra bella y caprichosa quiere demostrar que la pintura, con más habilidad y trabajo, ofrece, en una sola visión del natural, más que la escultura.”


Giorgione nació alrededor de 1476 en el pueblo de Castelfranco, provincia de Treviso. Allí empezó a fijarse y entender el paisaje y sus detalles.



La información sobre su familia es escasa y confusa. Posiblemente su padre muriese unos 10 años después de nacer él y que su madre fue la cabeza de familia. Partió muy joven hacia Venecia y en un suceso todavía por aclarar fue preso siendo crío en 1489. Su madre tuvo que vender parte de su propiedad para poderlo liberar, y sabemos que volvió alguna vez a Castelfranco y que después hizo carrera como pintor.


No sabemos en qué escuela ni con qué pintores estudió; en cualquier caso tenía ya cosas en la cabeza que iban más allá de los esquemas del momento y llamó la atención. Comparando su pintura con la de Giovanni Bellini o Carpaccio, que por cierto lo sobrevivieron, salta a la vista la modernidad de Giorgione tanto técnicamente como por los temas que trataba.


La idea de la atmósfera y el espacio del sfumato de Leonardo está presente en sus cuadros desde el principio de una manera luminosa. Es posible según Vasari que conociese personalmente al toscano en el 1500 en uno de sus viajes como ingeniero a Venecia.



La documentación que nos ha llegado es escasa. Lionello Puppi ha descubierto testimonios de su relación con su ciudad natal y la familia Barbarella. Tenemos la inscripción detrás del llamado retrato de Laura: con fecha del primero de Junio de 1506 se lee que el cuadro fue terminado por la mano del maestro Giorgio de Castelfranco, colega del maestro Vincenzo Catena; el mismo pintor veneciano de la Judith de más arriba con el que posiblemente conviviese, o compartiese estudio o incluso aprendiese. También se le menciona en una nota adjunta que acompaña el llamado retrato de Terris, en San Diego. 


De 1507 tenemos documentos que hacen referencia a un encargo para la sala del palacio Ducal, y en 1508 un encargo para un tal Alvise Sesti y los relativos a los famosos frescos en el Fondaco dei Tedeschi. Sin embargo parece que Giorgione se orientó más hacia el óleo de tamaño reducido para coleccionistas privados, y así Isabella d'Este, marquesa de Mantua y coleccionista famosa, le envió en Octubre de 1510 una carta a un funcionario suyo en Venecia para que averiguase acerca de un paisaje “nocturno” de Giorgione en el que andaba interesada.


La respuesta un mes más tarde fue que Giorgione había muerto de la peste en la última plaga de septiembre hacía pocos días, y que no había manera de conseguir ya ese cuadro. Su fama se empezaba a extender.


Vasari dice que destacó en el retrato y enumera unos cuantos:


Hay en el aire de estos retratos un cierto misterio. La miradas raramente coinciden ni con el espectador ni entre las figuras, y si lo hacen es de manera oblicua.


El soldado no presta atención a su lanza apoyada a un lado y algo que no vemos ocupa su mente. La posición un poco de espaldas remarca la idea.


Hay un cierto ensimismamiento en la mirada:


Y su perspicacia psicológica para captar el momento preciso, con una técnica que debió ir depurando cada vez más buscándose a sí mismo:


Vasari nos cuenta su muerte. Él seguía trabajando exitosamente en su pintura y disfrutaba de la vida, y entonces conoció a una muchacha:


“Mientras Giorgione obtenía de esta suerte honra para su patria y para sí mismo, iba con frecuencia a reuniones sociales para entretener a sus numerosos amigos tocando música, y se enamoró de una dama. Mucho gozaron uno y otra de sus amores. Mas, en 1511, ella contrajo la peste y Giorgione, ignorando esto, siguió viéndola como de costumbre. Se contagió, pues, y poco después murió a la edad de treinta y cuatro años, causando infinito pesar a sus numerosos amigos -que lo amaban por su talento- y gran perjuicio al mundo, que lo perdía.”

No sabemos cuánto tardaría en llegar Giorgione a la isla del Lazareto Nuevo. Los primeros síntomas de la peste negra suelen aparecer a los 3 ó 4 días después de la infección, a veces tarda unos días más o se presentan tan sólo unas horas después. Empiezan los mareos, escalofríos, debilidad, dolores musculares y fiebre, que dan lugar a las inequívocas inflamaciones. Y entonces la vida se consume antes de 5 días. Su casa debió quedar cerrada hasta que su familia de Castelfranco, de la que posiblemente anduviera muy desconectado, se presentó en el juzgado para reclamar sus bienes. No aparece el laúd en ese inventario; tal vez lo tuviese en su taller de pintura o puede que se lo llevase con él a la isla, en la que muy posiblemente coincidiese con la muchacha.

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