Hamlet se había distraído todo el día en la feria. Scarborough se convertía un par de semanas en un gran mercado lleno de gente de todas partes que vendía y compraba toda clase de cosas. Buscó algún recuerdo que llevarse, y finalmente se decidió por una daga muy elegante que le atrajo en cuanto la vio. Sopesándola en la mano y mirándola abstraído se dijo a sí mismo:
- ¿Por qué, de todas las cosas de este mercado tan lleno de vida, me quedo contigo? O quizás seas tú la que me vaya a adquirir... Te llevaré en mi cinto, aunque tal vez seas tú la que me arrastre en la dirección en la que apunta tu hoja.
Llevaba ya dos semanas durmiendo en el barco y le dijo a Sir John que quería airearse un poco, de manera que partió a caballo muy temprano por la mañana con la idea de volver al atardecer. Sin embargo había empezado a caer una niebla después del mediodía sobre el pueblo que se fue haciendo cada vez más densa hasta envolverlo todo. Hamlet se alejó del mercado y caminó un buen rato llevando al caballo de la mano hasta un embarcadero solitario, y se sentó en un banco de piedra.
- Llega un momento en el que lo lejano se convierte en pequeño... Dinamarca me parece tan imaginaria como un sueño, en el que lo que sucede a todos deja descontentos al despertar. Me veo a mí mismo allí como si fuese otro, deambulando juvenil e histérico por aquel palacio en el que la corrupción es el estiércol que enriquece una vida que sigue su propio curso más allá de nuestra voluntad e ilusiones. Qué paradoja: tuve que huir a la fuerza para poder salvar mi vida, y perderme para empezar a encontrarme. ¿Cómo saber lo que a uno le conviene cuando lo que quiere...?
Hamlet se interrumpe y se gira para mirar al final del embarcadero a una muchacha acompañada de un tipo con una mula que arrastra un carro. Descargan un voluminoso equipaje para dejarlo en el suelo, y al final ella le da una moneda al hombre, que se gira y parte por donde había venido llevándose al animal con el carro vacío. La muchacha se queda ahí esperando en medio de la niebla, mirando hacia el mar.
- ¿No decíamos que no sabemos de verdad lo que queremos? Miradla envuelta de la niebla frente a un mar vacío: viva imagen de la esperanza y lo desconocido.
La muchacha se gira y ve a Hamlet, y se le acerca a paso rápido.
- Disculpadme señor, ¿habéis visto u oído alguna embarcación recientemente?
A Hamlet le hace gracia la entonación y el acento con la inconfundible erre.
- Sois francesa. No, pero no llevo mucho tiempo.
- Ah. Entonces es que llego pronto. Con esta niebla pierde una la sensación del espacio… Y también del tiempo.
La muchacha gira la cabeza buscando de nuevo alrededor, y Hamlet se fija en la expresión de preocupación y siente una corriente de simpatía.
- La feria atrae también estos días a muchos ladrones. Incluso a piratas. Dejadme que os haga compañía hasta que os vengan a buscar. Vayamos con vuestro equipaje, lleva demasiado rato solo y se podría perder. ¿Habéis venido por la feria?
La muchacha asiente con la cabeza.
- Oui.
En el extremo del embarcadero Hamlet observa entre el montón de cosas una caja medio abierta con potes dentro. La muchacha se da cuenta:
- Confituras. Ésa es de leche caramelizada con vainilla. ¿Lo habéis probado alguna vez?
- No.
- Lo tenéis que probar. Tomad un frasco, os lo regalo. En compensación hablad bien de ella entre los vecinos.
- Haré que se les despierte el apetito y las ganas de comprarlo.
- De eso se trata.
De pronto oyen repicar repetidamente una campana desde el mar, y alguien que grita:
- Noémie!
- Ici! Viens!
- Me vuelvo a Francia. No os preocupéis más por mí. Os agradezco vuestra amabilidad. No me habéis dicho vuestro nombre…
- Hamnet.
Le hace un pequeña reverencia, y se gira para gritar:
- J'arrive!
Hamlet vuelve con su caballo y ve de lejos cómo varios individuos embarcan todas las cosas, y a la muchacha que después de abrazarse a un tipo, se gira y le dice adiós con la mano. Hamlet sonríe y le devuelve el saludo.
- ¿Por qué, de todas las cosas de este mercado tan lleno de vida, me quedo contigo? O quizás seas tú la que me vaya a adquirir... Te llevaré en mi cinto, aunque tal vez seas tú la que me arrastre en la dirección en la que apunta tu hoja.
Llevaba ya dos semanas durmiendo en el barco y le dijo a Sir John que quería airearse un poco, de manera que partió a caballo muy temprano por la mañana con la idea de volver al atardecer. Sin embargo había empezado a caer una niebla después del mediodía sobre el pueblo que se fue haciendo cada vez más densa hasta envolverlo todo. Hamlet se alejó del mercado y caminó un buen rato llevando al caballo de la mano hasta un embarcadero solitario, y se sentó en un banco de piedra.
- Llega un momento en el que lo lejano se convierte en pequeño... Dinamarca me parece tan imaginaria como un sueño, en el que lo que sucede a todos deja descontentos al despertar. Me veo a mí mismo allí como si fuese otro, deambulando juvenil e histérico por aquel palacio en el que la corrupción es el estiércol que enriquece una vida que sigue su propio curso más allá de nuestra voluntad e ilusiones. Qué paradoja: tuve que huir a la fuerza para poder salvar mi vida, y perderme para empezar a encontrarme. ¿Cómo saber lo que a uno le conviene cuando lo que quiere...?
Hamlet se interrumpe y se gira para mirar al final del embarcadero a una muchacha acompañada de un tipo con una mula que arrastra un carro. Descargan un voluminoso equipaje para dejarlo en el suelo, y al final ella le da una moneda al hombre, que se gira y parte por donde había venido llevándose al animal con el carro vacío. La muchacha se queda ahí esperando en medio de la niebla, mirando hacia el mar.
- ¿No decíamos que no sabemos de verdad lo que queremos? Miradla envuelta de la niebla frente a un mar vacío: viva imagen de la esperanza y lo desconocido.
La muchacha se gira y ve a Hamlet, y se le acerca a paso rápido.
- Disculpadme señor, ¿habéis visto u oído alguna embarcación recientemente?
A Hamlet le hace gracia la entonación y el acento con la inconfundible erre.
- Sois francesa. No, pero no llevo mucho tiempo.
- Ah. Entonces es que llego pronto. Con esta niebla pierde una la sensación del espacio… Y también del tiempo.
La muchacha gira la cabeza buscando de nuevo alrededor, y Hamlet se fija en la expresión de preocupación y siente una corriente de simpatía.
- La feria atrae también estos días a muchos ladrones. Incluso a piratas. Dejadme que os haga compañía hasta que os vengan a buscar. Vayamos con vuestro equipaje, lleva demasiado rato solo y se podría perder. ¿Habéis venido por la feria?
La muchacha asiente con la cabeza.
- Oui.
En el extremo del embarcadero Hamlet observa entre el montón de cosas una caja medio abierta con potes dentro. La muchacha se da cuenta:
- Confituras. Ésa es de leche caramelizada con vainilla. ¿Lo habéis probado alguna vez?
- No.
- Lo tenéis que probar. Tomad un frasco, os lo regalo. En compensación hablad bien de ella entre los vecinos.
- Haré que se les despierte el apetito y las ganas de comprarlo.
- De eso se trata.
De pronto oyen repicar repetidamente una campana desde el mar, y alguien que grita:
- Noémie!
- Ici! Viens!
- Me vuelvo a Francia. No os preocupéis más por mí. Os agradezco vuestra amabilidad. No me habéis dicho vuestro nombre…
- Hamnet.
Le hace un pequeña reverencia, y se gira para gritar:
- J'arrive!
Hamlet vuelve con su caballo y ve de lejos cómo varios individuos embarcan todas las cosas, y a la muchacha que después de abrazarse a un tipo, se gira y le dice adiós con la mano. Hamlet sonríe y le devuelve el saludo.
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