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viernes, 1 de mayo de 2015

Hamlet en Inglaterra. Acto III: Una daga en la niebla.

Hamlet se había distraído todo el día en la feria. Scarborough se convertía un par de semanas en un gran mercado lleno de gente de todas partes que vendía y compraba toda clase de cosas. Buscó algún recuerdo que llevarse, y finalmente se decidió por una daga muy elegante que le atrajo en cuanto la vio. Sopesándola en la mano y mirándola abstraído se dijo a sí mismo:

- ¿Por qué, de todas las cosas de este mercado tan lleno de vida, me quedo contigo? O quizás seas tú la que me vaya a adquirir... Te llevaré en mi cinto, aunque tal vez seas tú la que me arrastre en la dirección en la que apunta tu hoja.

Llevaba ya dos semanas durmiendo en el barco y le dijo a Sir John que quería airearse un poco, de manera que partió a caballo muy temprano por la mañana con la idea de volver al atardecer. Sin embargo había empezado a caer una niebla después del mediodía sobre el pueblo que se fue haciendo cada vez más densa hasta envolverlo todo. Hamlet se alejó del mercado y caminó un buen rato llevando al caballo de la mano hasta un embarcadero solitario, y se sentó en un banco de piedra.

- Llega un momento en el que lo lejano se convierte en pequeño... Dinamarca me parece tan imaginaria como un sueño, en el que lo que sucede a todos deja descontentos al despertar. Me veo a mí mismo allí como si fuese otro, deambulando juvenil e histérico por aquel palacio en el que la corrupción es el estiércol que enriquece una vida que sigue su propio curso más allá de nuestra voluntad e ilusiones. Qué paradoja: tuve que huir a la fuerza para poder salvar mi vida, y perderme para empezar a encontrarme. ¿Cómo saber lo que a uno le conviene cuando lo que quiere...?

Hamlet se interrumpe y se gira para mirar al final del embarcadero a una muchacha acompañada de un tipo con una mula que arrastra un carro. Descargan un voluminoso equipaje para dejarlo en el suelo, y al final ella le da una moneda al hombre, que se gira y parte por donde había venido llevándose al animal con el carro vacío. La muchacha se queda ahí esperando en medio de la niebla, mirando hacia el mar.

- ¿No decíamos que no sabemos de verdad lo que queremos? Miradla envuelta de la niebla frente a un mar vacío: viva imagen de la esperanza y lo desconocido.

La muchacha se gira y ve a Hamlet, y se le acerca a paso rápido.

- Disculpadme señor, ¿habéis visto u oído alguna embarcación recientemente?

A Hamlet le hace gracia la entonación y el acento con la inconfundible erre.

- Sois francesa. No, pero no llevo mucho tiempo.

- Ah. Entonces es que llego pronto. Con esta niebla pierde una la sensación del espacio… Y también del tiempo.

La muchacha gira la cabeza buscando de nuevo alrededor, y Hamlet se fija en la expresión de preocupación y siente una corriente de simpatía.

- La feria atrae también estos días a muchos ladrones. Incluso a piratas. Dejadme que os haga compañía hasta que os vengan a buscar. Vayamos con vuestro equipaje, lleva demasiado rato solo y se podría perder. ¿Habéis venido por la feria?

La muchacha asiente con la cabeza.

- Oui.

En el extremo del embarcadero Hamlet observa entre el montón de cosas una caja medio abierta con potes dentro. La muchacha se da cuenta:

- Confituras. Ésa es de leche caramelizada con vainilla. ¿Lo habéis probado alguna vez?

- No.

- Lo tenéis que probar. Tomad un frasco, os lo regalo. En compensación hablad bien de ella entre los vecinos.

- Haré que se les despierte el apetito y las ganas de comprarlo.

- De eso se trata.

De pronto oyen repicar repetidamente una campana desde el mar, y alguien que grita:

- Noémie!

- Ici! Viens!

- Me vuelvo a Francia. No os preocupéis más por mí. Os agradezco vuestra amabilidad. No me habéis dicho vuestro nombre…

- Hamnet.

Le hace un pequeña reverencia, y se gira para gritar:

- J'arrive!

Hamlet vuelve con su caballo y ve de lejos cómo varios individuos embarcan todas las cosas, y a la muchacha que después de abrazarse a un tipo, se gira y le dice adiós con la mano. Hamlet sonríe y le devuelve el saludo.

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