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jueves, 13 de agosto de 2015

Carlo Gesualdo de Venosa.

Los testimonios de los criados en el doble asesinato perpretado por Carlo Gesualdo de su mujer María de Avalos y su amante el duque de Andria nos dan una imagen bastante detallada de lo que sucedió aquella noche. Cuando se casaron en 1586 él tenía 20 años y ella 24. Sus familias pertenecían a la nobleza más alta del Sur de Italia y estaban emparentados. Llegaron a tener un hijo. En qué circunstancias se originó la infidelidad sólo nos lo podemos imaginar, pero es indudable que no eran el uno para el otro. Ella era según parece muy hermosa y por lo que se ve dada a las cosas del amor. Es muy posible que se sintiese extraña en el mundo en el que se aislaba Carlo, para quien el arte era probablemente un sustituto de la vida.

Gesualdo hizo ver que se ausentaba para irse de caza y así poder pillar con la treta a su mujer con su amante in fraganti. Mientras se vestía y preparaba para la venganza, confesó con una rabia contenida a su criado la noche del 16 de octubre de 1590 lo que les pensaba hacer cuando los encontrara juntos. Precedido de 3 hombres irrumpió en la habitación de su esposa donde yacía en el lecho con su amante, y descargaron los arcabuces. Los hombres salieron y Gesualdo tras ellos con las manos ensangrentadas. Se paró y volvió de nuevo adentro para destrozar a cuchilladas lo que quedaba de los dos cuerpos sin vida. Luego se fue con sus hombres del palacio. Lo que hallaron dentro de la habitacion después era la imagen del más puro horror, según cuenta la criada que salvó la vida por casualidad y el informe judicial.

Lo que sorprendendió en aquel tiempo no fue tanto el asesinato en sí, que en realidad no era tan extraña a la ley y las costumbres de aquel tiempo, sino su truculencia. El peligro real de venganza por parte de las familias de las víctimas le obligó a dejar Nápoles para establecerse finalmente en su castillo de Gesualdo. En 1594 se casó de nuevo con Leonora de Este y lo celebró por todo lo alto. El peso del recuerdo de su primera mujer y lo sucedido entonces condenó de antemano su segundo matrimonio. Sólo podía ver a Eleonora con el prejucio del recuerdo todavía presente de María de Avalos. La engañó sin disimulos, la ignoraba e incluso maltrataba a modo de extraña venganza. Un matrimonio entre nobles en aquella época tenía más obligaciones que las del amor, y por lo que sea ella no se quiso divorciar nunca de él. Que el hijo que tuvieron muriese tempranamente no sorprende demasiado.

Se trataba de un matrimonio inexistente en el que llevaban vidas separadas. Gesualdo pasaba el tiempo cazando y con su música, en la que profundizaba cada vez más. Ella al principio recluida en el castillo, logró por fin poder salir para ir a ver a su familia largas temporadas.

En 1613 murió su hijo primogénito del primer matrimonio a los veintitantos, y eso le afectó profundamente. Gesualdo no tardó en morir poco después el 8 de septiembre del mismo año. Un tercer hijo natural que tuvo fuera del matrimonio no fue olvidado en su testamento. Sin embargo ni siquiera muerto pudo olvidar a María: para su funeral encargó numerosas misas por su propia alma y la de sus familiares, pero ninguna para su primera esposa.

Un personaje como Gesualdo puede inspirar fácilmente la imaginación y la fantasía partiendo de la oscuridad del personaje y lo que se contaba de él. Su asombrosa música sigue sonando como cuando la creó, en privado, al margen de las cosas de este mundo, casi en secreto con una extraña belleza.

En este madrigal publicado en 1596 la armonía prevalece sobre la melodía y el ritmo, y lo combina de una manera sorprendente y a veces chocante. Se trata de una muestra perfecta tanto de su música como de lo que ocupaba sus pensamientos mientras componía.

Luci serene e chiare, del libro 4º de madrigales

Luci serene e chiare,
Voi m'incendete, voi, ma prova il core
Nell'incendio diletto, non dolore.

Dolci parole e care,
Voi mi ferite, voi, ma prova il petto
Non dolor nella piaga, ma diletto.

O miracol d'Amore!
Alma che è tutta foco e tutta sangue
Si strugge e non si duol, more e non langue.

(Ojos claros y serenos
me inflamáis, pero mi corazón
encuentra placer en el fuego, y no dolor.

Dulces y queridas palabras
me herís, pero en mi pecho
la herida encuentra el placer, y no tristeza.

¡Oh milagro de amor!
El alma que todo fuego y sangre es,
se aniquila y no se aflige, y muere sin languidecer.)


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