La primera vez que fui a Stratford hace ya más de 20 años me paseé por la ciudad y terminé finalmente frente a la tumba de Shakespeare, leyendo la inscripción siguiente en inglés antiguo:
Buen amigo, por Jesús, abstente
de cavar en el polvo aquí enterrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras,
y maldito el que remueva mis huesos.
Lo más probable es que no lo escribiese él y que fuese cosa de su familia después de su muerte en 1616. Parece sin embargo que nadie se ha atrevido a tocar desde entonces esa tumba a causa de la advertencia, y lo más seguro es que sus huesos sigan ahí. Incluso en recientes restauraciones de la iglesia se ha hecho de manera que no se tocara nada de ese sepulcro. El epitafio parece guardar un secreto oculto que no debemos profanar. Siempre se ha rodeado a Shakespeare de un cierto misterio, que sin duda procede de la discreción y la reserva que el propio autor cultivó toda su vida, pese a la fama que alcanzó en Londres como actor y dramaturgo: a veces parece que hubiese querido no dejar ningún rastro tras de sí y mantenerse al margen de todo eso. Incluso se ha llegado a especular de manera fantasiosa sobre otros posibles autores para sus obras. Incluso allí, de pie frente a su tumba, llegué a pensar si realmente estaría enterrado él y no otra persona.
Luego me fijé en la lápida de Anne, de nuevo apartada y separada de él a un lado, y salí a dar una vuelta por los alrededores. El pueblo conserva todavía esa cosa anticuada y tan inglesa que resulta en nuestros días tan irreal como una postal turística, y lo atravesé hasta ver los campos y bosques alrededor. Creo que hay cosas que están literalmente en el aire, y a mí me gusta sentarme bajo un árbol y mirarlo todo de esa manera. Las palabras son una coincidencia sorprendente de letras, formas y sonidos, rozan las cosas y nuestras sensaciones, llegan de uno a otro a través del espacio y el tiempo y parecen a veces contener la misma vida, siempre que haya alguien que las pueda leer. Y de alguna manera Shakespeare dejó parte de su alma en ellas pero sin dar tampoco demasiadas pistas sobre su persona.
No he tocado en ningún momento sus huesos con los dedos de mi fantasía en estos cuentos, y ahí los dejaremos en su soledad bajo 6 pies de tierra. Llega un día en que tenemos que dejar lo que tengamos, y volver al lugar del que partimos. Y mirando esa lápida con su inscripción queda claro que Will se vino a Stratford para quedarse definitivamente.
Buen amigo, por Jesús, abstente
de cavar en el polvo aquí enterrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras,
y maldito el que remueva mis huesos.
Lo más probable es que no lo escribiese él y que fuese cosa de su familia después de su muerte en 1616. Parece sin embargo que nadie se ha atrevido a tocar desde entonces esa tumba a causa de la advertencia, y lo más seguro es que sus huesos sigan ahí. Incluso en recientes restauraciones de la iglesia se ha hecho de manera que no se tocara nada de ese sepulcro. El epitafio parece guardar un secreto oculto que no debemos profanar. Siempre se ha rodeado a Shakespeare de un cierto misterio, que sin duda procede de la discreción y la reserva que el propio autor cultivó toda su vida, pese a la fama que alcanzó en Londres como actor y dramaturgo: a veces parece que hubiese querido no dejar ningún rastro tras de sí y mantenerse al margen de todo eso. Incluso se ha llegado a especular de manera fantasiosa sobre otros posibles autores para sus obras. Incluso allí, de pie frente a su tumba, llegué a pensar si realmente estaría enterrado él y no otra persona.
Luego me fijé en la lápida de Anne, de nuevo apartada y separada de él a un lado, y salí a dar una vuelta por los alrededores. El pueblo conserva todavía esa cosa anticuada y tan inglesa que resulta en nuestros días tan irreal como una postal turística, y lo atravesé hasta ver los campos y bosques alrededor. Creo que hay cosas que están literalmente en el aire, y a mí me gusta sentarme bajo un árbol y mirarlo todo de esa manera. Las palabras son una coincidencia sorprendente de letras, formas y sonidos, rozan las cosas y nuestras sensaciones, llegan de uno a otro a través del espacio y el tiempo y parecen a veces contener la misma vida, siempre que haya alguien que las pueda leer. Y de alguna manera Shakespeare dejó parte de su alma en ellas pero sin dar tampoco demasiadas pistas sobre su persona.
No he tocado en ningún momento sus huesos con los dedos de mi fantasía en estos cuentos, y ahí los dejaremos en su soledad bajo 6 pies de tierra. Llega un día en que tenemos que dejar lo que tengamos, y volver al lugar del que partimos. Y mirando esa lápida con su inscripción queda claro que Will se vino a Stratford para quedarse definitivamente.
Escribes muy bien...
ResponderEliminarSaludos