Powered By Blogger

viernes, 28 de agosto de 2015

Los inviernos de Nietzsche en Niza.

A los 36 años Nietzsche se jubila prematuramente de sus clases de Basilea por razones de salud. Padecía espantosos dolores de cabeza, perdió en una ocasión el conocimiento durante 3 días en uno de sus ataques, no podía dormir, le dolían las muelas y vomitaba, y en algún momento cree que está a punto de morir e incluso lo llega a desear. Da la impresión de que profundiza cada vez más en su pensamiento buscando una razón para vivir.

Acababa de publicar Humano, demasiado humano y le siguió un espléndido El caminante y su sombra: Nietzsche ya es Nietzsche y su pensamiento ha encontrado su estilo: las constantes interrupciones por su enfermedad le llevan al aforismo, el pensamiento fragmentado, que van de unas pocas líneas a una página o algo más. Su “maldito estilo telegráfico”, como él mismo lo llama alguna vez, resulta precisamente el medio de expresión que le será propicio y natural y en el que mejor se explica: para qué escribir un libro si se puede decir en una página, dice.

Empieza entonces su década prodigiosa que terminará con su colapso en Turín y caída en la locura. Piensa que en el extranjero puede descubrir mejor sus lados desconocidos: en esa búsqueda viaja por Suiza, el sur de Francia y el norte de Italia, viviendo en hoteles modestos completamente solo y orientado hacia sus obras. Enseguida vino Aurora, y un poco después La Gaya Ciencia. Son los libros que llamó del “Sí”. Después del Zaratustra vendrían los que llamó del “No”.

A partir de 1883 pasa varios inviernos en Niza. Su salud es mala y hay días en que roza la ceguera. Da sin embargo animado por un cierto optimismo creativo constantes paseos por los alrededores de hasta 8 horas. Reivindica el pensamiento caminando, en lugar del pensamiento sentado. Se siente a a gusto con la ciudad y sus colores, el clima y la calidad del aire, la cantidad de días soleados que tiene aquel invierno, el paisaje montañoso y la cercanía del mar, y observa que le resulta muy barato en comparación a Alemania: es estupendo no sentirse alemán, llega a decir.

Viví una temporada en Niza, y por supuesto visité una de las residencias en que se alojó. Era una especie de hotel barato donde todavía se podían alquilar habitaciones modestas. Hice ver que buscaba una de esas habitaciones y pedí ver una tras otra. Me dejaron solo un rato al final en una y me quedé imaginando a Nietzsche allí con su montón de libros y sus papeles garabateados. El techo era alto y la ventana grande, que cubría una persiana de madera muy anticuada. Una cama muy sencilla y en general ambiente austero. No sé si realmente se alojó o no en aquella pieza ni cómo era de distinta a lo que él vio en su momento, pero yo me sentí a gusto allí. Aunque Nietzsche me llegue a través de lo que dijo, creo que en el fondo lo que me une tanto a él como a los autores que más me estimo es un vínculo humano más allá de lo que dijeron: me gusta su compañía. No sé si me explico.

Concluiremos este articulo divulgativo con dos aforismos espléndidos que proceden de Humano, demasiado humano, y que servirán como muestra de su perspicacia en el conocimiento de las personas. El primero es fácilmente observable en nuestra relación con los demás:

“...en el diálogo de la sociedad, las tres cuartas partes de todas las preguntas se hacen, y todas las respuestas se dan, para hacer un poco de daño al interlocutor: por eso la gente tiene tanto afán de sociedad: les da la sensación de su fuerza. En tales innumerables, pero muy pequeñas dosis, en que se pone en vigencia la maldad, resulta un poderoso medio excitante de la vida... Pero ¿habrá muchos sinceros que confiesen que da placer hacer daño? ¿que no raras veces uno conversa -y conversa bien- para causar molestias a los demás, al menos en el pensamiento, y para dispararles la perdigonada de la pequeña perversidad? La mayor parte son demasiado insinceros, y unos cuantos son demasiado buenos como para saber algo de ese pudendum: ésos querrían negar que tenga razón Próspero Mérimée cuando dice: sabed que no hay nada más común que hacer mal por el placer de hacerlo.”

El segundo le tiene que hacer sonreír a cualquiera que lo haya sentido alguna vez:

“Peligro en la voz. A veces, en la conversación, el sonido de nuestra propia voz nos deja perplejos y nos lleva a afirmaciones que no corresponden en absoluto a nuestra opinión.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario